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domingo, 29 de agosto de 2010

Lo que calló durante 50 años









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La República 29 Agosto 2010, 12:36 AM






UN MILAGRO.
Lo que calló durante 50 años
CREYÉNDOLO MUERTO, ESTUVO A PUNTO DE QUE LO ENTERRARAN EN UNA FOSA JUNTO CON OTROS


Huáscar Castillo aparece junto a su esposa Joan viuda Castillo, sus hijos, su madre Matilde Arbona de Castillo y uno de sus nietos en su residencia en la ciudad de Ponce, Puerto Rico, donde vivió muchos años.
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Relato de un torturado impacta a sus hermanas
Wendy Santana
wendy.santana@listindiario.com
Santo Domingo

Huáscar Castillo llegó a compartir con los muertos. El olor a sangre mojada del sudor que dejan los golpes en cuartos oscuros y con escasa ventilación lo sentía por doquier cuando estaba moribundo, a punto de ser echado en una fosa común, junto a otros que ya habían expirado.

No estaba consciente de lo que estaba ocurriendo en ese momento, porque estaba casi desmayado, igualmente torturado como sus compañeros de cárcel en La 40 que no resistieron más y cerraron los ojos, pero a él le quedaba un poco de aliento para sentir que aún vivía.

Un militar que conocía a su padre lo vio moviéndose lentamente y al tocarlo con sus pies para verificar si estaba vivo Huáscar vio la gloria y gritó ¡Aaay! porque era la única oportunidad de salvarse haciéndole ver que todavía existía.

De inmediato el militar dijo enérgicamente: “sáquenlo de ahí que está vivo, sáquenlo, que todavía puede hablar” y de inmediato instruyó a un guardia para que se lo comunicara a su padre y le enviara unas medicinas para curarlo. Fue así como Huáscar Castillo se le escapó a la muerte y pudo, 50 años después, contar su historia.

Sus padres ya lo habían dado por muerto porque les habían contado que la piel de su hijo había cogido gusanos en la cárcel tras haber sido golpeado severamente con una manguera con un metal dentro, cortada en algunos tramos que cuando golpeaba la carne humana la destrozaba.

Huáscar silenció sus padecimientos durante cinco décadas hasta que decidió contarlos a las nuevas generaciones para que no se repita jamás la historia. Él cuenta en su testimonio que un compañero de celda, Luis Ramón Peña González (Papilín) era su inspiración para soportar lo que hubiera que soportar porque él decía: “Lo que le hicieron a Jesucristo fue peor”. Describe a Papilín como un joven de color indio y de contextura fuerte, religioso, faltándole unos meses para investirse de sacerdote, que siempre lucía sonriente cuando se dirigía a una esquina de la celda a rezar y que cada vez que lo golpeaban regresaba con esa extraña sonrisa en sus labios llenos de sangre y que también sangraba por la nariz y otras partes de su rostro.

Huáscar dice que se indignó demasiado cuando llegó a la cárcel de La 40 y le ordenaron desnudarse y lo condujeron a una habitación oscura donde se encontraban prisioneros, desfigurados por las torturas, Pipe Faxas y Leandro Guzmán, a quienes apenas podía reconocer.

Explica que su dolor fue más grande cuando vio que estaban siendo vigilados por un miembro armado del Servicio de Inteligencia Militar (SIM). Vio cuando su amigo Pipe Faxas se desmayó y perdió el conocimiento y él no pudo ir en su auxilio.

Cuenta que durante su recorrido desde la casa materna hasta la cárcel escuchaba por la radio del cepillo de los guardias los nombres de los demás compañeros que estaban siendo detenidos, pero jamás se imaginó que era tan fuerte lo que iban a hacer con ellos.

No podía dormir
Él no poder conciliar el sueño era una de sus torturas psicológicas, porque el ruido de las puertas de las celdas abriéndose y cerrándose a cada momento, sacando presos y entrándolos luego de golpearlos, le robaba la paz que añoraba tener en ese momento.

“Al día siguiente me encontré con José Frank y otros compañeros presos en la celda de enfrente y como a las 9:00 de la mañana un guardia de turno me ordenó que sacara las manos a través de las rendillas de hierro de la puerta de la celda y en cambio cogí al guardia por el pecho y lo estrellé contra la puerta rompiéndole la cara”.

El guardia entonces pidió ayuda en voz alta y me esposaron, arrastrándome a golpes y patadas hasta el cuarto de interrogatorio, donde estaba Johnny Abbes y Nene Trujillo, quien me interpeló diciendo: ¿Huáscar, cómo te metiste en esta vaina?

“Por lo mismo que me estás viendo aquí, porque estoy en contra de todo esto”, le dije. Nene Trujillo ordenó, entonces, con voz alta y autoritaria: Llévenselo y tránquenlo.

Huáscar continúa su relato diciendo que no pudo dormir durante varios días por los gritos de los demás presos y que al tercer día lo llamaron de nuevo y esposado le repitieron la misma pregunta de Johnny Abbes, que esta vez no respondió. Su respuesta silenciosa lo llevó a la silla eléctrica.

Los interrogatorios continuaron durante varios días y siempre mantuvo la posición de no delatar a nadie. Cuenta con pesar que vio cuando a su amigo Frixo Messina le dieron tantos choques eléctricos que creía que iba a morir. Dice que pensaba que a él también lo matarían en esa silla creada para electrocutar personas, pero que el hecho de pensar que tal vez los guardias no querían que hubiese testigos de su muerte calmaba su shock emocional.

En otra ocasión dice que se encontró con Juanchi Moliné y otros amigos de la aviación civil en el mismo cuarto de torturas y que todos estaban desnudos y avergonzados.

También describe que una vez sentado en la silla eléctrica un capitán de aviación le preguntó que si él fabricaba bombas o si Leandro Guzmán le había entregado una bomba Nipple (casera), lo que le sorprendió porque pensaba que ya sus amigos habían dicho todo. Sin embargo el capitán le dijo: Dime donde está la bomba o te va a pesar a menos que ya la hayas explotado”. Ya sabía que tenían la información y bajo esa presión dijo donde la tenía en su casa.

Cuando la fueron a buscar, dicen sus hermanas Noris Raquel, Ivette y Heddy, ellas y su madre se quedaron pasmadas cuando los guardias entraron y buscaron en la gaveta tal y se llevaron la bomba porque ellas no sabían nada de lo que estaba pasando.

Otro episodio que marcó la vida de Huáscar fue cuando escuchó a uno de los carceleros que le gritó a otro: “ya la tenemos”, mientras que con sus manos arrastraba a una joven hasta el fondo de una celda y vio que se trataba de Tomasina (Sina) Cabral. Cuenta, como lo han hecho otros, que él y los demás hombres que estaban en el lugar bajaron la cabeza para no ver a una luchadora antitrujillista desnuda en momento de tanta humillación.

Valiente amiga
Igualmente dice que le impresionó observar la valentía de aquella mujer que cuando el guardia la interrogaba rozando su cuerpo con un artefacto eléctrico, ella, sin dar muestras de dolor retaba a su torturador a comportarse como un hombre”. Luego la condujeron a su celda, recuerda apenado en su testimonio.

Huáscar narra en sus escritos tanto lo que padecieron sus compañeros de conjura como él mismo, lo que define, en su caso, como el más cruel de los atropellos a la dignidad humana.

Dice que los maltratos a su persona eran casi a diario y que lo sacaban de la celda y después de interrogarlo lo volvían a golpear. “En una ocasión, tomando agua de una ducha me desmayé. Al despertar, mi compañero de celda José Frank Tapia me dijo que me había caído al piso. Yo me di un fuerte golpe en la cabeza y sangraba profusamente al chocar con el inodoro.

Las heridas se infectaron y la fiebre y el dolor eran insoportables y el estado de pánico iba en aumento cuantas veces pasaban por las cárceles los “cepillos” de los calieses del SIM, con la agravante de que en medio del aturdimiento muchos presos no sabían bien cuál era la lata de la comida (harina mojada), cuál era la de orinar y cuál era la de defecar.

En esas condiciones comenta que pasó tres meses, igual que sus compañeros, y luego lo pasaron a una celda donde le permitieron bañarse, vestirse y dormir en literas por primera vez.

También narra que fue apresado junto a Moncho Imbert, sobrino del general Antonio Imbert Barreras, con el que se comunicaba a señas desde celdas separadas o cuando los dejaban salir al patio. Asegura que Moncho pudo introducir una cámara fotográfica a la cárcel, con la cual les tomaban fotos a los presos más duramente golpeados, entre ellos Huáscar, Rafael Batista Valdez y Víctor Gómez y Leandro Guzmán, pero explica que nunca se supo qué hicieron con ellas.

Como parte de su resistencia pacífica y cuando los guardias les arrebataban el rosario que tenían algunos presos, cuenta Huáscar que los prisioneros cantaban el Himno Nacional en respuesta a los atropellos que recibían.

UN GRAN DEPORTISTA Y EMINENTE MÉDICO
En 1952 fue campeón de lucha olímpica y en 1958 ganó el primer lugar en el Torneo de Levantamiento de Pesas, título que mantuvo durante 10 años y el 20 de octubre del 2002 le otorgaron el Pabellón de la Fama del Deporte Nacional Dominicano y el reconocimiento internacional.

Fue fundador, pitcher y outfielder del “Escogido”; fue campeón nacional de lucha durante 10 años, del 1952 hasta 1962.

Huáscar, además compitió en los VII Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1954 (México); en los Juegos Panamericanos de 1955 (México) y en los Juegos Centroamericanos de 1962 (Jamaica).

Estudió medicina en la UASD. Integró el movimiento 14 de Junio junto a Paquín Noriega y a José Frank Tapia, una célula trinitaria.

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