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martes, 27 de marzo de 2012
Alma Arlette Fernández: Cuando una mujer asume su rol con coraje, sensibilidad y visión
Alma Arlette Fernández: Cuando una mujer asume su rol con coraje, sensibilidad y visión
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“Sabes algo, Luisa Rebecca, por apoyos como el tuyo es que continúo...” Arlette.
Por mujeres como Arlette Fernández, que a pesar de no haber empuñado las armas, han tenido más que alma y coraje para soportar grandes pruebas y echar hacia adelante, es que uno siente ese orgullo de ser mujer y de ser dominicana... Aquella mujer que durante años ha dado lecciones de heroísmo y de profunda consciencia cívica, moral y patriótica, apegada a los más genuinos valores de nuestra dominicanidad, honestidad y seriedad ha conjugado con los años el coraje, la determinación y la sensibilidad, convirtiéndose en una mujer verdaderamente fuerte. Es Arlette Fernández, la viuda del insigne militar Rafael Tomás Fernández Domínguez.
A Arlette la conocí como conoce uno a tanta gente en este ir y venir periodístico. En ese entonces, ella estaba preparando una exposición sobre aquel hecho histórico donde perdió la vida su esposo, el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, caído en el Palacio Nacional, en procura del respeto a la Constitución de 1963 y a la reposición del profesor Juan Bosch como Presidente Constitucional de la República.
Diferente a otras historias, que terminan luego de una crónica, con Arlette he mantenido una comunicación constante y enriquecedora que gratifica. Ya con sus impecables bordados o con su visión educativa para dar a conocer los hechos históricos y educar, propiamente, Arlette es una plena mujer de ejemplarizante vivencia y de profunda fe y amor por la patria.
Aquel 19 de mayo de 1965...
“El día que mataron a Rafael yo me encontraba en Puerto Rico con mis cinco hijos. Había llegado de Chile hacía varios días cuando todavía Rafael no había sido enviado por el profesor Juan Bosch a Santo Domingo.
A las seis de la mañana del día 20 de mayo, recibí la visita de don José Arroyo Riestra, amigo de don Juan con el encargo de llevarme a su casa para hablar conmigo. No fuimos a la casa de don Juan, sino a la de don José, quien hizo una llamada y me pasó el telefono; era don Juan.
¿Le pasó algo a Rafael? le pregunté. Sí mi hija, me contestó. Sentí en mis entrañas el horror de la noticia y grité: ¡Mis hijos!.
Sentí que mi vida, mi corazón, mi alma, toda yo, estaba mutilada y el miedo y el dolor me paralizaron. Tuve que reaccionar por que lo que me esperaba ese día largo y angustioso era inimaginable”. Alma Arlette Fernández.
Vida Personal
“Estudie un Secretariado Comercial en el Instituto Gregg y fue don Rafael Herrera quien me animó a escribir. No sé por qué se le ocurrió que podía hacerlo, pero lo hice. Soy atrevida y me lanzo; a veces me salen bien las cosas, otras no tanto, pero lo intento.
Me ayudó mucho a superar la muerte Rafael Tomás pasar las horas bordando en pedrería todo tipo de trajes. Lo había aprendido en el colegio y sin darme cuenta se convirtió en un medio de vida, además del trabajo en las empresas de mi hermano, que ha sido mi soporte y el de mis hijos, siempre. El bordado es mi pasatiempo favorito y no podría vivir sin estar dando puntadas con hilo de seda.
Desde hace unos tres años decidí llevar una vida más tranquila. Quería tener tiempo para aprender a escribir, pero el trabajo en la Fundación Coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez es cada vez más demandante y eso es bueno y estimulante porque es el fruto de mi trabajo.
Una o dos veces al mes me escapo a una pequeña casita ubicada en la montaña, a unos 20 kilómetros antes de llegar a Constanza. En ese lugar me siento plenamente feliz, tranquila y rodeada del cariño de mis vecinos, campesinos muy pobres que completan mi vida porque se dejan querer y eso es lo que le da sentido a mi existencia”.
Más allá de entrevistar a alguien, a Arlette Fernández la dejé hablar. Ella, es capaz de conmover con sus palabras y sus testimonios. Así que guardé silencio, me puse a escucharle y lo comparto con ustedes...
“ En lo que ha sido mi vida, como en la vida de mucha gente, ocasión he tenido de asomarme a la gloria y al infierno para disfrutar los más exquisitos goces y sufrir las más desgarradoras penas. Circunstancias de la vida me exigieron crecer y madurar antes de tiempo pero, aunque en ese aprendizaje tuve que afrontar grandes sinsabores, también aprendí a ser una persona positiva y de mucha fe.
En ese afín, justo es reconocer la deuda que tengo contraída con Monseñor Gómez y con el filósofo costarricense, John de Abatte, quienes me enseñaron que no hay términos medios a la hora de enfrentar y superar pérdidas y desdichas: O te decides a ser mejor persona y, además, a ser feliz, o conviertes tu vida en un infierno.
A veces, cuando se te rompe el alma, y la vida me la ha roto varias veces, lo más fácil es acostumbrarse a vivir sin ella, pero esto no lleva a ninguna parte. A ello se debe que, así fuera estrujándome el alma, cuantas veces me he sentido morir, volví a la vida con alegría, con entusiasmo, y hoy soy una mujer decidida, valiente y amorosa; a veces, tiernamente implacable.
Lo que privilegia mi vida es haber tenido un gran amor y yo sé lo que es estar enamorada y ser correspondida por un hombre al que admiras y con el que te sientes orgullosa de compartir la vida, uno de esos hombres que no se olvidan jamás. (A los 16 años dejé el colegio) Quería estudiar Medicina pero había conocido a Rafael que estudiaba en la Academia Naval de Sans Soucí.
Teníamos amores escondidos y mis padres no habían dado su aprobación. Poco después celebramos el compromiso: pedida de mano, flores e intercambio de regalos, brindis con champagne. No olvido su cara, Rafael nervioso, desesperado porque todo aquello terminara; yo, en cambio, feliz, confiada en que no acabara nunca.
Rafael y otros dos cadetes fueron escogidos para ir a estudiar por tres años a la Academia Militar Conejo Blanco en Venezuela. Se supone que yo debía entrar en la universidad, pero Rafael tenía otros planes y yo acepté esperarlo en casa, dedicada a hacer el baúl de la esperanza.
Pero el viaje de Rafael se frustró y en diciembre de 1955 nos casamos. Yo tenía 18 años y él 21. Durante los primeros años nuestra vida fue apacible, todo lo tranquila que puede ser la vida cuando en apenas siete años traes al mundo cinco hijos, pero cada nacimiento fue una fiesta. Rafael adoraba a sus hijos y, en nuestra modesta casa, todos los días había un motivo para la risa.
Cierto que, también, para las rabietas y los pataleos. Fue coincidiendo con el traslado del Ejército a la Fuerza Aérea, que empezó a manifestarse en Rafael esa actitud que lo llevó a afirmar su liderazgo entre los jóvenes oficiales admirados por su honestidad y capacidad. Rafael no toleraba la corrupción, ni las violaciones a los reglamentos o el desorden en los cuarteles. Nuestra vida comenzó a cambiar.
La intranquilidad ya era parte de mi rutina y nuestra familia la compartía. Empezábamos a ser conscientes de que Rafael se comportaba y pensaba de manera diferente a la que, por entonces, era habitual en los cuarteles, que aquel joven oficial estaba rompiendo esquemas y costumbres establecidas por años, y que todo ello resultaba inconcebible y peligroso. Comencé a saber que su comportamiento tenia un precio, pero jamás imaginé que fuera tan inmensamente alto.
Pude criar y educar a mis hijos gracias al apoyo de mi familia y ni siquiera cuando me quedé sola con cinco hijos pequeños, sin casa y sin muebles, me acobardé.
Toda mi lucha la centré en la formación y cuidado de mis hijos; sacrifiqué mis aspiraciones personales y lo hice consciente de que era lo acertado. Y hoy me enorgullezco de mi decisión y, sobre todo, de ellos, porque han correspondido con creces a mi entrega.
Desde entonces, he tenido una existencia normada por una lucha constante, sin treguas, pero extremadamente apasionante y enriquecedora. Fue la muerte de mi hijo menor, Rafael Tomás, con apenas 18 años, ocurrida el 25 de noviembre de 1980, lo que durante un tiempo me derrumbó. Pero supe levantarme y recompuse mi vida. Mucho influyeron en que así fuera mis otros hijos y el propio Rafael Tomás quien me escribiera un poema meses antes del fatal accidente que le costara la vida y que tituló: ‘El ángel de mi padre pidiéndome que cuidara de su papá. Yo cumpliría su deseo, que también era el mío’.
En el pasado, al margen de mi trabajo y la dedicación que exigía mi familia, sacaba tiempo para involucrarme en la lucha clandestina que se vivió en los años posteriores a la Revolución de Abril, participando junto a mis primas en todo lo que demandara el momento sin importarnos los riesgos. Unas veces tratando de resguardar la vida de jóvenes que eran perseguidos y otras trabajando en asociaciones de apoyo a Cuba y Nicaragua.
En varias ocasiones allanaron mi casa y dos veces se llevaron mis archivos con documentos y cartas de Rafael de gran valor histórico y humano. Cuando así ocurría yo salía detrás de la patrulla rumbo al Palacio de la Policía, a protestar. Entraba como una tromba, exigiendo se me devolviera el material incautado.
Obviamente, nunca me hicieron caso, lo que aún me indignaba más. Casi tanto como el helicóptero que en alguna ocasión tuve que soportar encima de mi casa, tratando de amedrentarme, vigilando mis entradas y salidas. Fueron años terribles pero nunca tuve miedo, y me sorprende, porque motivos había para temer.
Años después de la muerte de mi esposo Rafael me reencontré con sus compañeros de armas y de sueños que, finalmente, pudieron establecerse en el país y formamos la Fundación Coronel Rafael Fernández Domínguez para que el pueblo conociera su vida y su lucha, para que el pueblo supiera qué fue el Movimiento Constitucionalista, para que la ignorancia o el olvido no nos hurtara tanto imprescindible ejemplo de esos hombres maravillosos, extraordinarios.
Ha sido una tarea enorme pero era lo menos que podíamos hacer por Rafael, alma y cabeza de uno de los hechos históricos más importantes de nuestro país y que, sin embargo, hay dominicanos que todavía ignoran, como los hay, también, que prefieren pasar por ignorantes. En cualquiera de los dos casos, el día ha de llegar en que la obra de Rafael y su legado se reconocerá para beneficio del pueblo y de la patria. Cuando eso suceda yo habré partido, pero el estará acunado por los brazos agradecidos de la Patria.
Cada cierto tiempo leo sus cartas, sus documentos. Pocas cosas me ayudan tanto a mantener incólumes mis principios. Nunca tomo una decisión sin preguntarme lo que él hubiera hecho. La fuerza, la entereza que tengo, se las debo a su ejemplo y es por ello que, a pesar de los años, soy una mujer emocionalmente estable, alegre y entusiasta, amén de agradecida por una vida intensa y una feliz familia que ha sabido asumir el legado de Rafael y encontrar en él su referencia moral.
Doy también gracias a Dios por lo mucho que recibo de tanta gente buena que me acompaña en mis afanes y me brinda cariño y apoyo. La vida esta llena de encuentros y desencuentros.
A algunos, tal vez porque eran de papel, se los llevó la brisa, pero hay amigos inmunes a los vientos que siempre están conmigo y que no me permiten sentirme sola. Y entre todos ellos, y con independencia de los que he citado, de Rafael, de mis hijos, de mis hijas, de mi familia, de los compañeros y amigos, ninguno más constante, más sincero que el de mis amigas, mujeres dignas y valientes, las más nobles almas que han alentado mi vida y que sostienen y honran mi patria; para todas ellas las mas bellas flores del inicio de esta primavera, con todo mi amor”.
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