Pedro Mir
Se respira a estas horas
bocanadas de aire de un atmósfera inquieta.
Cruzan puñales de silencio, lívidos
puñales de silencio innominado.
Ni un rumor, ni una hazaña secreta,
ni un vencido poblado.
El dolor más oscuro cava incesantemente.
Muerde la boca su callada lengua, y chupa
la sangre airada que tiene un sabor a gente.
Galopa la brisa con la muerte en la grupa.
Saber que los hombres puros, los tejidos
en una labor más fina que la de las arañas,
muerden y pelean sin horas ni sonidos,
sin flautas del esfuerzo ni tímpanos de hazañas.
Ver lo que envuelve el silencio mas crudo.
Que es la lucha mas firme y la fe delicada,
hecha de piedra pura y de corazón desnudo,
convertida en silencio y edificio de nada.
Saber que aquellas frentes vestidas por la luna
de una genuina palidez, sudor de sueño,
transitan por un eco de noticia ninguna,
por un truinfo sin arco y una gloria sin dueño.
Dolidamente cruzan sus dos manos de ira
los relojes callados, erguidos en la esfera.
Es un tiempo que pasa y que parece mentira.
Sólo la sien golpeando parece verdadera.
Y nadie sabe nada, sólo que no se rinde
nunca la piedra pura y el corazón abierto.
Y que toda esperanza se recoge en la linde
sollozada de luna de un combatiente muerto.
Y que toda victoria tiene melancolía.
Taciturno perfil de mariposa inquieta.
Justa gloria, aunque no hayan ruidos sobre el tejado.
Ni crucen en las horas solas de lejanía,
ni un rumor, ni una hazaña secreta,
ni un vencido poblado.
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