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“Maimón 1959. Cincuenta años después hablan los campesinos”, obra inédita de Guaroa Ubiñas Renville, primer homenaje escrito a los héroes del 20 de Junio de 1959, llegados de Cuba en dos lanchas
El expedicionario Frank Grullón se quitó las botas, el chaleco, una cadena de oro y 150 pesos y los obsequió a “Obispo y a un hermano de Marín”. Había sido descubierto por un niño que lo delató en la pulpería donde se enteró “Bulán Tineo” y al momento llegaron los guardias, le amarraron y enviaron a Puerto Plata donde lo recibió el capitán Renato Hungría. “Trasladado a Santo Domingo fue sometido a las vejaciones más criminales por Ramfis Trujillo y sus compinches, quienes le graparon las orejas, le aplicaron bastones eléctricos y otras torturas, antes de fusilarlo”.
Larry Bivins anduvo solo, “con toda la guardia que comandaba el general Juan Tomás Díaz atrás. Detectado en la tierra de Cholo Santana, donde bajó a Los Caños de la gotera, en La Lagunita, fue acribillado en El Pozo de Casabito”. Lo habían llevado “amarrado de un palo y lo enterraron en El Corozo, frente a la casa de Plácido Brugal”. José Ruiz y sus hijos Lino y Cristóbal, que lo habían protegido, fueron llevados a la fortaleza de San Felipe y desde allí tirados al mar. A Luz, su sobrina, la tenían desnuda en una solitaria, al declarar que había quedado embarazada de un barbudo”: Larry.
Rosita, fruto de su vientre, nació, pero a los seis meses la mujer la llevó al hospital “Angelita” por una gastroenteritis y al día siguiente la desaparecieron. “Le dijeron que había muerto y la enterraron, no se la dejaron ver ni le entregaron el cadáver”.
Moisés Rubén Agosto Concepción, después “de ser engañado y llevado a la muerte por el campesino Juanito Reynoso, en el cruce de Pescado Bobo, pidió que le aflojaran las amarraduras de las muñecas para sacarse algo de un bolsillo de los pantalones: fotos de dos niños y una señora. Dijo: “Son mis hijos y mi madre, por si no los vuelvo a ver... Calmadamente preguntó a sus captores: ¿Ustedes creen que me maten?...”.
“Revela Modesto Rodríguez que ya en Río Grande, el nefasto alcalde Carlos Rivas lo colocó frente a un negocio del puertorriqueño Arsenio García y lo mataron a tiros, ocasionándole convulsiones en las que vomitaba unos mangos que se había comido. A todo esto se agrega “la acción criminal del entonces anciano Félix Coca, que en estas circunstancias introdujo un cuchillo al cadáver del mártir, caso que se recuerda con asco”.
Al cubano Mario Muñoz lo apresaron con las municiones agotadas después de un fuerte asedio en Las Guamas. En el destacamento de Río Grande lo exhibieron en una esquina donde, amarrado, se mantenía parado, mirando para todos lados, en silencio y en pantaloncillos. Trujillistas y oportunistas que querían adquirir privilegios comenzaron a abusar de él, halándole los cabellos, diciéndole mujercita. Le hicieron de todo...”.
El lienzo del torniquete
Un revolucionario agradecido, al que “un tal Guayubín le cortó parte de las mejillas para arrancarle las piezas de oro de los dientes”, dejó grabada por siempre su gratitud en un mantel del humilde bohío donde desayunó: “Gracias, que Dios los ayude”. Los dueños de la casa identificaron el cadáver por un trozo del vestido de una sobrina que había tomado para hacerse un torniquete que todavía tenía amarrado en el brazo herido”
José Ramón Enrique Cordero Michel, que se entrenó y vino al combate siendo asmático y teniendo los pies planos, antes de haber sido sorprendido y agarrado prisionero a orillas del río escuchó a un niño gritando, “salió de las espesuras y dijo a la madre: “No se asuste, déjeme cargar a su niño, que yo dejé a uno así antes de venir para acá, mientras se les salían las lágrimas... La madre dejó que lo cargara”.
Reportado a la guardia “y ya amarrado, fue abofeteado por un cabo, siendo llevado a San Isidro y lanzado sobre la pista por orden del mayor Tavito Balcácer, produciéndole una gran herida en la frente que aguantó estoicamente. Ya antes, Ramfis intentó escupirlo. Previo a fusilarlo le rajaron el vientre...”
Augusto Eufemio (Buby) Dhose Jorge fue auxiliado por Juanito Cun “que le cambió las ropas por unas de él mientras Javiela, su mujer, le dio algo de beber que tuvo que tomar despacio porque se le había trancado la garganta” por falta de alimentos. Al momento llegaron los guardias con el general Juan Tomás Díaz a la cabeza, procurando uno, y aunque Juanito Cun les había dicho que no dijeran nada, tuvieron que delatarlo”.
La trágica y conmovedora historia del patriota Pedro Julián Bonilla Aybar es extensa. “Un día estaba dando un cordón de oro para que si lo mataban e iba algún familiar a saber de su destino se lo entregaran, y en otra ocasión quiso dar “una pistola bellísima” pero el campesino que lo trató, Antonio Tejada, estuvo tan temeroso de que lo descubrieran “que no quiso coger nada de eso”. Bonilla fue de los últimos en caer, “combatiendo entre Altamira y Bajabonico, dicen que acompañado de tres más”.
Libro estremecedor
Estos y otros estremecedores relatos están contenidos en el libro “Maimón 1959. Cincuenta años después hablan los campesinos”, inédito, obra de Guaroa Ubiñas Renville. Es el primer homenaje escrito dedicado exclusivamente a los héroes de Maimón que arribaron el 20 de Junio de 1959, en la lancha “Carmen Elsa”. No quedaron sobrevivientes.
El médico se internó durante meses en las ensenadas y la playa y entrevistó agricultores, alcaldes pedáneos, maestros rurales y campesinos que conocieron, ocultaron, traicionaron o entregaron a los valientes antitrujillistas. De cada miembro de la llamada “Raza Inmortal” cuenta la historia de sus pasos, estrategias, estilo de pelear, profesiones, hasta llegar a sus dramáticos e inhumanos finales.
Se aprecia que los ejércitos trujillistas no sólo asesinaron con crueldad a los denominados “invasores” sino también a sus protectores. En los incesantes tiroteos también cayeron familias inocentes.
Ubiñas publica, además, extraños casos de misterio que aún se viven y sienten en aquel lugar donde la conciencia remordió a delatores que, años después, terminaron suicidándose, aguijoneados por la carga que les producían sus denuncias. “El que buscó a los guardias que mataron a dos de los cuatro expedicionarios en la casa de Mercedes Cabrera, en el sitio de El Cojo, murió ahorcado. A una niñita que se divertía jugando sobre donde enterraron los cadáveres, se le rompieron las piernitas”.
El libro, que no oculta nombres de criminales, villanos y samaritanos, será publicado por la Academia Dominicana de la Historia.
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