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José Rafael Colón fue apresado y torturado en la 40.Hoy/Rafael Segura
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12 Marzo 2010, 6:10 PM
Reportaje ''De Pueblo Nuevo sólo yo quedé vivo''
Los panfleteros. El plan original de la tiranía era matarlos a todos
Escrito por: ÁNGELA PEÑA
Trujillo se llenó de ira al decirle que él era un mierda, y se lo decían unos muchachos. ¿No había matado a Galíndez? ¿No le puso una bomba a Rómulo Betancourt? Los que nos salvamos somos dichosos que no salimos locos de la cárcel, las torturas, los golpes, el terror psicológico.
José Rafael Colón, único sobreviviente de “Los panfleteros” de Pueblo Nuevo, Santiago, confiesa desconocer “qué lo protegía” pues fue introducido a patadas a la fortaleza San Luis donde le rompieron una costilla, luego trasladado a “La 40” y en los interrogatorios le quebraron un ojo y varios huesos, lo apretujaron desnudo junto a 72 presos para llevarlo a “La Victoria” “y yo le pedía a Dios que chocáramos para que la gente viera”.
Vivió los horrores de “El Coliseo” y “El pasillo de la muerte” de la mazmorra trujillista donde compartió con jóvenes de sus mismos ideales aunque de posición social superior. Él era un pobre analfabeto que había sido limpiabotas, vendedor de torta, helados “Marión” en palito y peón de albañilería.
Pero a los 18 años tenía clara conciencia de lo que era la dictadura de Trujillo, “cuando un guardia maltrataba un civil hasta por no tener la cédula, en la escuela nos poníamos mercurio y nos amarrábamos un pie para aparentar una herida porque el par de zapatos había que dividirlo con otro hermano, las madres dormían con sus hijos en el suelo o en catre, no había comida ni pobre que tuviera dos pantalones. El padre que lo crió ganaba 27 pesos recogiendo basura.
Esa realidad llevó a Colón a aceptar la propuesta de Simón Díaz de participar “en un grupo contra Trujillo”. Se reunían en la calle Anacaona esquina Enriqullo, en el dormitorio “Brisas de la Palma” donde vivía Simón, a escuchar emisoras extranjeras con mensajes del exilio. Simón era estudiante pero Colón no aprendió de letras pese a que lo inscribieron en la escuela “Peña y Reynoso” porque “era demasiado pobre”.
Nació en “La Joya” el 19 de junio de 1934, hijo de Armando Peña y Ana Rita Colón, pero ya tenía 28 años, mujer y un niño cuando asumió el peligroso encargo de distribuir el suelto cuyo texto recita de memoria.
“Como el siete de enero de 1960 Simón y yo salimos a regarlos a las nueve de la noche. Los dejamos en el estadio Cibao, y en las calles de los ensanches Bermúdez y San Rafael (Bolívar)”, narra mientras gesticula la acción. “¡Viva la Revolución dominicana! ¡Abajo el tirano! Con perdón de la expresión: Trujillo es una mierda”, enfatiza que expresaba.
De Pueblo Nuevo, donde su tía Justina Colón lo llevó a vivir muy niño, también regaron “panfletos” “Herminio Polanco, Ramón Ozoria, José Armando Díaz Hernández (Chichí), Francisco (Ule) Liz y Enrique Pérez Simó (Quiquito), recuerda.
Como si nada… “Regresamos a nuestras casas como si nada pasara. El 12 de enero agarraron a Herminio y lo soltaron tres días después, le dije a Simón: debemos tener cuidado, puede ser un gancho”. Continuó la persecución. A Simón lo apresaron el 17. Colón no se ocultó para no levantar sospechas pero fue requerido el 20 por un supuesto amigo apellido Disla, cuenta, quien le encargaría un trabajo, pero lo abandonó en la “avenida María Martínez” (luego Central y hoy 27 de Febrero) y ahí lo recogieron los esbirros.
En La 40 ó La Victoria encontró a José Tallaj, Pedro Jaime Tineo, “panfletero que era maestro”; Marcelo Bermúdez, “Rodrigote, a quien vi los gusanos transitando por los huesos del espinazo”, Fafa Taveras, Macarrulla, Fefé Valera, José Lázaro Gil Castillo, Ramón Antonio Gómez Hernández, Chiche Puig, Ángel Russo Gómez, Ramito Número Dos, de San Juan de la Maguana y otros”. Recibió torturas de Johnny Abbes, Candito Torres, Clodoveo Ortiz, manifiesta.
No sabe cuáles circunstancias motivaron que sobreviviera. Tal vez que sabía cocinar y lo encargaron de preparar el alimento de los presidiarios. Quizá el traslado temprano a La Victoria o posiblemente haber sido analfabeto, como aún lo identifican compañeros.
Le preguntaron si conocía el documento que pusieron frente a sus ojos y respondió que sí. “En Santiago muchos pulperos dan volantes a los muchachos para que los rieguen por diez centavos. Si tiré ese, no sé lo que dice, creía que era un anuncio de un jabón”, respondió. “Parece que ellos se tragaron la píldora”, comenta.
El humilde Juan Rafael, que está casado con Julia Altagracia Goris y vio morir a sus tres hijos; Víctor, Rita y Rafael Armando, dice que en el patio de la ergástula, Fafa Taveras le confió: “Hagan la declaración como les dé la gana, que a todos sus compañeros los mataron anoche”. Ahí fue que tuve la idea de decir que no sabía leer ni escribir”.
Indultado meses después, asegura que la intención era matarlos “uno a uno y empezaron por Camilo Disla, panfletero, y Eusebio Villamán, del 14 de Junio. Yo me salvé porque donde quiera iba con mi niño cargado”. O probablemente influyeron las fotos de Trujillo, su hermano Negro y su hijo Ramfis que colocó en la cédula donde le faltaban sellos. “Cuando la patrulla me pedía la cédula se la pasaba confiado en que no me iban a llevar preso. En La 40 la veían y me veían a mí y como que pensaban: Coño, éste es trujillista, no sabiendo…”.
Siente aún dolor por los encuentros en las cárceles con las madres a las que no pudo comunicar el destino de sus vástagos y por la marginalidad que soportó hasta el ajusticiamiento. “Me paraba en una esquina, podía haber siete y me dejaban con el poste de luz”.
Hoy, todavía desvalido, siente la satisfacción de “haber contribuido al derrocamiento de Trujillo, porque los panfleteros creamos conciencia contra el régimen. Nos tienen al menos porque éramos pobres, pero los que quedamos vivos se lo debemos a que nos confundieron con los del 14 de Junio. De haberlo sabido, nos hubieran eliminado a todos”.
En síntesis
Vivir para contarlo
Por su arrojo muchos jóvenes de Santiago pagaron con la vida el haber distribuido panfletos por la ciudad en contra de la sangrienta dictadura de Trujillo. Los pocos sobrevivientes del exterminio dispuesto por el tirano interpretaron de diferentes maneras el hecho de haber quedado con vida pues la maquinaria de represión era implacable.
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