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Homero Herrera Velásquez fue panfletero.
Hoy/Rafael Segura
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5 Marzo 2010, 7:28 PM
Reportaje
Panfletero publicará sus memorias
Escrito por: ÁNGELA PEÑA
“Muchos años después oí hablar de los panfleteros y yo mismo no sabía quiénes eran, habiendo sido uno de ellos. El nombre se lo puso despectivamente Johnny Abbes, en La 40”.
Homero Herrera Velásquez hace el comentario luego de contar la historia de su participación en la confección de los volantes contra Trujillo que circularon en el Cibao el 16 de diciembre de 1960, fecha en que cayeron algunos de los distribuidores. A Wenceslao Guillén, Wen, líder de este aguerrido grupo de adolescentes de Santiago, a Enrique Perelló y a Manuel Bueno los apresaron el 21 de enero. Jamás se supo de Wen.
Homero es un discreto, sencillo, silencioso sobreviviente, el amigo entrañable de infancia, adolescencia y vecindario de Guillén que estuvo junto a él hasta la misma noche de su detención. Posee un espíritu revolucionario que se manifestó también cuando escondió armas para la guerrilla de Manolo Tavárez, luchó en la guerra de abril y fue la persona de confianza de Virgilio Perdomo, de Los Palmeros.
A ruegos, porque odia el protagonismo, habla de “Los Panfleteros” con la autoridad que le confieren sus reuniones con el rebelde jefe de aquellos intrépidos que se congregaban secretamente en la casa 38 de la calle “General Valverde”, domicilio de Wen, quien habilitó un sótano bajo la terraza, sacó dos bancos en tierra, en medio colocó una mesita para el trabajo secreto y excavó un hoyo para esconder.
Además formaban el inseparable cuarteto Manuel Bueno y Rafael Fermín (Fello). Sólo entre ellos estaban enterados de la trama. “El único que conocía a todo el mundo era Wen, conocíamos como conspirador a Enrique Perelló pues un día le llevamos hasta pólvora”, relata.
El ex servidor público que trabajó 31 años para el Estado y aún espera una pensión, se mantuvo encerrado, vigilado, durante meses. Interrumpió sus estudios secundarios y aunque se alimentaba bien, rebajó 17 libras porque sentía “una tensión terrible”. Cuando volvió al liceo Ulises Francisco Espaillat dejaba a su madre la llave de su armario y al regresar la encontraba en la galería de su casa de la Máximo Gómez 45, “esperándome con el temor de que no regresara”.
De sus compañeros siempre tuvo la esperanza de que estuvieran vivos. Pero sufría viendo “a Paula Tineo, a doña Carmela y a otras madres y familiares dando viajes por las cárceles. A Manuel lo soltaron y un tío lo dejó en “Ciudad Trujillo” unos meses. Cuando retornó a Santiago, comenzamos a ir juntos al Liceo”, refiere.
Probablemente Homero es el único que conserva uno de los volantes que con tal esmero ayudó a imprimir. Domingo Cepeda lo escondió durante 50 años y se lo obsequió antes de morir.
Las osadas experiencias de Homero, que quizá deba su vida a la influencia de un tío trujillista, piensa, están contenidas en el libro “Vivencias de un panfletero de Santiago” listo para la imprenta. Relata cómo surgieron y se formaron, redacción del peligroso documento, el error por el que los descubrieron, cómo se salvaron algunos de la muerte, la distribución y otros detalles de los que ofreció avances.
Nació el 7 de abril de 1942 en Santiago, hijo de Horacio Herrera Bornia y Dilia Velásquez. Está casado con Milagros Chez, madre de sus hijos Homero Eliseo, Virginia Adela y Daiva Dilia.
El “Panfleto”. “Nos reuníamos en el parque Duarte y Wenceslao nos decía a Manuel Bueno y a mí cosas que oía de fuera, de los exiliados. Yo tenía 16 años, ya Wen estaba en la secundaria y Manuel y yo en la Intermedia México. Al año siguiente los tres estábamos en La Normal”, manifiesta.
Era 1958, Wen les fue “abriendo la mente”. Aunque desde pequeños jugaban pelota, Guillén llevaba tres años a Homero y cinco a Manuel.
“Decía ¡Abajo Trujillo!, por las noches y algunos se iban. Ya desde el extranjero pedían que escribieran “CT” (Contra Trujillo) en las paredes y donde pudieran. Wen llenó el liceo y los sanitarios de eso, y Manuel el laboratorio de Biología”. A partir de entonces sólo les permitían hacer sus necesidades fisiológicas vigilados por “los profesores Román y el teacher Tolentino”.
Pasada la expedición de 1959 “el pueblo comenzó a despertar” y Wen les anunció que harían los volantes. Dirían: “¡Viva la Revolución. Abajo el tirano. Libertad o muerte!”. Y al dorso: “Con perdón de la expresión: Trujillo es un mierda”.
Firmaba UGRI (Unión de Grupos Revolucionarios Independientes). Los chicos sugirieron a Wen eliminar la literatura de la parte de atrás porque se interpretaría como “cosa de muchachos, y porque si nos descubrían nadie quedaría vivo”. –Eso es lo que yo quiero, para que les pique- replicó el arriesgado estudiante que mandó a conseguir un clavo grande para machacarle la punta, linóleo, carbón, aceite, unas tablitas y moldes. Tomaron la tinta y la almohadilla de un tío de Homero, que había sido juez civil, Wen redactó el texto principal, Manuel perfeccionó las letras y escribió el otro. “Fello llevó hojas de maquinilla, que se partieron por la mitad”.
Homero pormenoriza preparación, hora, distribución y una advertencia de Wen: “Ni tú ni Fello van a tirar volantes”. Cincuenta años después, comenta: “Ahora comprendo por qué: nosotros éramos los que sabíamos todo”.
Wen ordenó que no tiraran panfletos en la casa de un identificado antitrujillista, pero le desobedecieron “y el hombre se mandó para la policía creyendo que era un gancho”. A Homero se lo confirmó años después la persona que recibió el suelto. Fue el primer fallo, atribuido al grupo de Nibaje, primeros en caer presos.
Otros panfleteros sobrevivientes que Homero conoció después son Pedro Sánchez Bourdierd, Regino Pepín, Rafael Colón y Rafael Benedicto.
Estas revelaciones son pocas comparadas con lo escrito en el libro. Otras son incógnitas despejadas, nombres de más actores de ese hecho que llevó dolor a Santiago. Las fotos que lo ilustran son inéditas, como el panfleto que ruega no reproducir. “No puedo adelantarlo todo”, reitera.
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