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domingo, 28 de marzo de 2010
“Mi lucha terminó con Virgilio”. Escrito por: ÁNGELA PEÑA
Areito
Reportaje
Homero Herrera Vásquez. En el recuadro, Virgilio Perdomo.Hoy/Rafael Segura
27 Marzo 2010, 9:59 PM
“Mi lucha terminó con Virgilio”
Palmero y Panfletero.
El deseo de derrocar la dictadura llevó a Homero Herrera Vásquez a formar parte de varias luchas patrióticas
Escrito por: ÁNGELA PEÑA
Homero Herrera Velásquez no sólo fue depositario de las armas que llevarían los guerrilleros a Manaclas, las que se utilizarían en Santiago para apoyar la revolución de abril y de la pistola personal de Virgilio Perdomo, amigo entrañable con quien compartió secretos días antes de que el revolucionario cayera en combate. También es el que atesora detalles desconocidos de la resistencia en el Cibao desde el trujillato hasta la eliminación de “Los Palmeros” en 1971.
Sobrevivió como “Panfletero” pero siguió la lucha contra los remanentes de la dictadura. Él, Virgilio y Manuel Bueno constituían un trío inseparable de rebeldes. Su vivienda de la avenida “Máximo Gómez” 45 fue refugio clandestino de líderes y combatientes por la libertad.
Con asombrosa exactitud recuerda nombres, direcciones, situaciones, fechas. Cuenta de las reuniones de Manolo Tavárez, los martes en la noche, en la calle “General Cabrera” 3, donde vivía Virgilio, que era “como el cuartel general” del 14 de Junio.
“Virgilio me dijo un día: tienes que alejarte, no volver para que no te quemes pues vas a ser el contacto para la loma”, narra. Entonces fue recibiendo emisarios con diferentes propósitos. El primero fue un hombre bonachón de aspecto campesino: “El guajiro”, que sirvió de guía al alzamiento en San José de las Matas.
Paradójicamente, este decidido revolucionario que con ejemplar coraje impulsó en Santiago tantos movimientos contra la represión, es en extremo pacífico. “No participé en hechos armados”, manifiesta al referirse al asalto al cuartel de Villa González, pero con el exiguo salario de empleado público, obsequió a Virgilio la pistola negra que le costó 50 pesos.
Por ser tan reservado y silencioso, Virgilio le encomendaba misiones peligrosas y confiaba en él sus proyectos. Él estuvo en la casa de “Titico Luna” en la calle “Santomé” cuando Manolo se escondió en “La Hidalga” antes de su salida al combate.
Tuvo en sus manos el radio “Sentra transoceánico de ocho bandas” que llevarían los soldados y fue testigo de las armas que se escondieron en el aljibe del patio de Virgilio y en la casa de Nelson Viñas, en la calle “Cuba”. Homero también conservó las suyas: “armas largas, una cañón corto y otras que no tenían culatas, que completaban unos alambres”. Virgilio y Sóstenes Peña Jáquez, relata, se encargarían de la guerrilla urbana. Desconoce por qué fracasó.
Homero también sabía de los cartuchos, alforjas y mochilas que se prepararon en la casa de Leonardo Sánchez. “Aquello era un hormiguero humano”. El día de la masacre en Manaclas explotó una bomba casera en casa de Virgilio. Homero protegió a su camarada, acogido por José Antonio Hungría, padre de Georgina y Laura, que se reunían con Homero y Perdomo en la vivienda de éste último. “Lo escondió en un closet y cuando la policía se presentó dijo que su casa había que respetarla, que tenía dos hijas y dos hermanos generales”.
Tras el frustrado alzamiento recibió la llamada de la madre de Virgilio: “Aquí está Bacho, pero esta casa la allanan dos veces al día, quiero que te lo lleves, pero en coche, porque no puede caminar”. Raúl Pérez Peña había sobrevivido en el frente de Altamira. Homero lo recogió y se conmovió al verlo. “Estaba flaco, sucio, sólo se le veían los ojos, olía a monte y apenas podía moverse. Estuvo 22 días escondido. De allí salió repuesto, con buen ánimo”.
La guerra y Los Palmeros
Para muchos, los santiagueros fueron indiferentes a la guerra de abril. Homero lo desmiente con el testimonio de sus encuentros en la fortaleza San Luis y en la Aviación con Abraham Méndez Lara y Marcos Jorge, requiriendo armas para el combate, junto a la multitud. Virgilio le dejó instrucciones y dos AR-15.
En la 30 de Marzo con Salvador Cucurrullo se reunió gente de “La Línea” con bombas molotov. Pueblo Nuevo y La Joya se les unirían pero un disgusto entre los comandantes locales frustró sus acciones, afirma. “La Aviación no estaba con el pueblo, plantó los tanques en la pista para que no saliera ningún avión. No pudimos llegar, desde el puente nos hicieron devolver”.
Dice que estando junto a Leonardo Sánchez se presentó el guerrillero Luis Peláez anunciando: “Por la autopista están bajando cuatro tanques” y que regresaría en la tarde en un jeep. No volvió.
Como “bloquearon” participar en la revolución, “pensamos en extenderla a San Francisco de Macorís, la fortaleza era fácil de tomar”, comenta. Homero sería el contacto entre Sóstenes Peña Jáquez y uno que buscaría las armas con “un chele doblado” como contraseña, pero fueron delatados. “Virgilio tenía una cédula con el nombre de “Luis José Martínez”, fue apresado y a Sóstenes lo fusilaron. Al grueso, que bajaría de la capital, lo devolvieron”.
Ya en libertad, Virgilio se llevó las armas a Santo Domingo pero siempre iba donde Homero para sus reuniones con cuadros de Bella Vista, Los Pepines, ensanches Libertad y Espaillat. “En cada barrio tenía gente, después no apareció nadie”, expresa.
El 31 de diciembre de 1971, Homero fue visitado por un joven apodado “Monchy”: Virgilio quería verlo con urgencia. Le dio hora y dirección y Homero viajó al otro día. Detallista, relata la travesía y hasta el sabor de los dulces que le trajo, el encuentro, la estricta seguridad que rodeaba al “Palmero” quien según la descripción de Homero era un arsenal andante.
Le interrogó y por las preguntas, Homero dedujo después que buscaba lugares estratégicos para esperar a Caamaño. Tras dos horas de conversación en Las Américas, Homero fue recogido y llevado a un punto del Distrito. Fue la despedida final.
Virgilio también se movía por el Cibao pues después de su caída, un amigo contó que lo saludó en Santiago disfrazado: “Tú no has visto nada”, le advirtió el intrépido luchador.
Herrera abandonó la política con la muerte de su amigo. Miguel Cocco lo comprendió cuando al pedirle colaboración Homero le contestó: “No, mi lucha terminó con Virgilio”.
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