Areíto
Reportaje
Wen: el panfletero
Escrito por Angela Peña
“Yo envejecí con el dolor, viajando a las cárceles los jueves y domingos. Nunca tuve miedo. Adoré a mi hijo desaparecido y cuidaba los que me quedaron porque pensaba que detrás de él podían llevarse otro. Hablaba, insultaba a Trujillo y sus esbirros, pero en medio de mi angustia encontré mucha gente que vino a consolarme”.
Thelma Gómez Taveras rememora esos trágicos momentos cincuenta años después del fatídico 15 de enero de 1960 cuando vio a su hijo por última vez. A las diez de la noche fue a buscarlo un alcahuete identificado como agente del departamento de robos, advirtiendo que el joven había comprado un reloj robado.Él no usa prendas-, replicaron sus padres. Pero el desalmado insistió en interrogarlo y se lo llevó frente a la madre y los sorprendidos hermanos. El papá se negaba a dejarlo ir pero sólo le permitieron acompañar al precoz revolucionario hasta dos esquinas adelante donde aguardaban los sicarios en uno de los aterradores “carritos cepillo” de esa “Era” tenebrosa.Wenceslao Marcial Guillén, Wen, se erigió en líder de un aguerrido grupo de muchachos de Santiago resueltos a desenmascarar las atrocidades del régimen de Trujillo. Fue el ideólogo de la redacción y circulación de un volante que estremeció la República y enfureció sobremanera al sátrapa calificado en la hoja suelta como “un mierda”.Estudioso, honrado, discreto, valiente hasta la temeridad, conquistó decenas de adeptos que en células de tres secretamente formadas en los barrios se unieron a su causa. Salvajemente los asesinaron prácticamente a todos en la cárcel “La 40”. Su familia jamás tuvo noticias de este mártir despectivamente bautizado por sus opresores como “jefe de los panfleteros”.Thelma y sus hijos Bernardino (Naro) y Paulino (Nino) recuerdan en este luctuoso aniversario pasajes de los pocos años que compartieron con el vástago mayor, nacido el 28 de septiembre de 1939. Otra hermana es Aridia. El padre, fallecido, se llamaba Ricardo Guillén.La noche que fueron a buscarlo, Wen presentía su destino. Por eso fue al aposento a ponerse camisa y se despidió del hermano segundo: “Naro, a lo mejor no nos vemos más”.Probando el dolor. Estudió en la Iglesia Adventista, la escuela “Generalísimo” y cursaba cuarto de bachillerato en el liceo Ulises Francisco Espaillat cuando lo asesinaron. Estaba tan inmerso en los estudios que nadie sospechaba de los recortes de prensa antitrujillista que guardaba en el baúl, las emisoras extranjeras que escuchaba en las madrugadas, el refugio que preparó para, en unión de Manuel Bueno y Homero Herrera, redactar el documento que le costó la vida.“Los vi un día trabajando con madera en alto y bajo relieve y me echaron: ¡Vete!”, cuenta Naro. La abuela lo observó en diferentes momentos temblando mientras hacía contacto con cables eléctricos, como si se preparara para las torturas, y en una ocasión en que fue al dentista frente a la iglesia San Antonio, le pidió que no usara anestesia para hacerle una extracción. “Usted va a sacarle una muela a un hombre”, dijo al asombrado profesional.Taciturno, con estatura de más de seis pies, caminaba cabizbajo, narran, y juró que no levantaría la cabeza hasta que no mataran a Trujillo. “Quedó medio encorvado”, afirman.En 1960, cuando se lo llevaron, faltaba un año para que Wen se hiciera bachiller. “Decía que se iba a enganchar a cadete porque a la fiera había que matarla desde el vientre”.Aguilucho, criaba gallos y gallinas y vendía espuelas. Había días en que subía a Nino en sus hombros y lo llevaba al “Play”. Le enseñó a amarrarse los zapatos.Después de aquel adiós forzado por la guardia trujillista, Wen no retornó. Thelma viajó a Santo Domingo, islas Beata y Saona, Montecristi, Puerto Plata y otros pueblos del país en busca del hijo cuyas actividades eran del dominio del régimen. “Ellos sabían su vida y la de todos nosotros”, refiere esta dama valerosa, íntegra, a la que Minerva Mirabal aconsejó no perder las esperanzas.El Presidente Bosch asignó pensiones a cada madre, Thelma no la aceptó al igual que rechazó el apartamento que le ofreció Balaguer. “No voy a cobrar por la muerte de mi hijo, él dio su vida por la Patria”, alegó.Wen, el “panfletero” olvidado, sin tumba ni homenajes aunque se anunció que se designaría una calle en su memoria, fue esperado durante años por la abnegada mujer. Todavía piensa que lo verá llegar, manifiesta. “Yo fui una ilusa, y aún creo algunas veces: cuidado si está vivo”. Pocos choferes se atrevieron a transportarla. Hoy expresa gratitud para los pocos que expusieron su vida llevándola esperanzada por todas las prisiones. “Nunca lo di por muerto”, exclama detallando la infinidad de listas de presos que revisaba.“Por compañeros de cárcel sobrevivientes supimos que a los panfleteros los eliminaron y no los llevaron muy lejos de “La 40” , siempre se ha dicho que los tiraban en La cementera, el mar, La Incineradora, pero muchos coinciden al decirnos que los carritos salían con los cadáveres y regresaban seguido”, expresan los Guillén.El intrépido Wen no asumió compromisos sentimentales para no decepcionar a la que correspondiera a su cariño pues contó a su hermano que tenía dos novias. “Se llamaban, decía, Patria y Libertad”.
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