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martes, 18 de mayo de 2010

Después del 16. Escrito por: Pedro P. Yermenos Forastieri



18 Mayo 2010, 11:20 AM
Después del 16
Escrito por: Pedro P. Yermenos Forastieri (yermenosanchez@codetel.net.do)

Los conceptos de progreso y desarrollo para Leonel Fernández se circunscriben a las mismas varillas y cemento a las que apostaba Joaquín Balaguer, a los cuales, se les han agregado los símbolos de la actualidad como el teléfono celular y las computadoras. Somos modernos, según su tesis, y nos estamos desarrollando, porque se está construyendo y la población está mejor comunicada.

Variables como la educación, la salud, una mayor calificación del trabajo, una distinta creación de la renta y una más justa distribución de la riqueza, no cuentan dentro de una concepción como esa.

El Presidente dominicano se enorgullece de los índices de crecimiento económico obtenidos en sus gestiones, sin percatarse de que, al haber dispuesto de fabulosas sumas de dinero y no haber resuelto uno solo de los grandes males nacionales, se hace evidente que a esa fortuna se le ha dado un uso irresponsable y no ha servido para nada que no sea ir a parar a bolsillos de una ínfima parte de la población.

Es cierto que crecer económicamente es una condición para lograr el desarrollo, pero eso no lo garantiza por sí solo. En esa circunstancia se precisa de políticas públicas bien dirigidas y de la elaboración y ejecución de presupuestos equilibrados, para hacer que el crecimiento alcanzado repercuta en la disminución de la brecha entre la opulencia y la pobreza, la cual, se ha incrementado en los gobiernos “progresistas y modernos” de Leonel Fernández.

La permanencia del deterioro de los sistemas de salud y educación; la precariedad de la institucionalidad; un ejercicio del poder apegado a aberrantes criterios populistas y clientelares; la falta de transparencia en la práctica pública; la reticencia a la rendición de cuentas y la insistencia en hacer girar la vida nacional sobre el eje arriesgado de una única persona, constituyen pruebas irrefutables de que, lejos de ser una nación que progresa, la nuestra es un colectivo en franco proceso involutivo.



Se ha llegado tan lejos en la decisión de hegemonizar el poder, que asistimos a la época en que el grupo gobernante es tan poderoso en términos económicos, que ha quedado atrás la dependencia que se tenía de la oligarquía nacional. Los papeles se han invertido y no son necesarias aquellas convocatorias de Balaguer recogiendo en su sombrero los resultados de gratitudes impuestas sobre la base de un poder flexible ante desmanes de un sector que medraba en las permisividades concedidas.

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