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sábado, 29 de mayo de 2010
Precisiones en torno a la muerte de mis padres
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Precisiones en torno a la muerte de mis padres
Por Pilar Awad Báez
10 de May 2010 12:00 AM
El periódico El Caribe trae en su edición del día 1 del presente mes de mayo un extenso trabajo bajo el epígrafe “Investigación sobre la muerte de Pilar Báez y de Jean Awad Canaán” escrito por Naya Despradel, funcionaria de OGM Central de Datos.
Había decidido cerrar este doloroso capítulo de mi vida, pero tanto la citada publicación como el consejo de personas sensatas y de mi afecto me obligan a escribir estos apuntes con el fin de hacer las precisiones necesarias en vista de la forma tendenciosa como se enfocan los hechos y de los desatinos en que incurre la autora de la referida investigación, que persigue ser “objetiva”, en relación con cuanto pudo haber ocurrido alrededor de la muerte de mis padres.
Prejuicio
Recientemente visité OGM Central de Datos para buscar unas fotografías de mi padre. Allí procuré a la señora Naya Despradel, cuyo nombre me fue sugerido por un amigo, a fin de recabar su ayuda en la búsqueda.
Al presentarme me respondió en forma cortante y con evidente tono de desagrado que sabía perfectamente quién yo era. Y a seguidas me manifestó que mi padre no era un hombre importante en la época de Trujillo, insinuando con tal aseveración, supongo, que no había motivos para asesinarle.
Más adelante aprovechó para hacerme saber que Angelita Trujillo era muy buena amiga de sus amigas, y que todavía conservaba sus amistades en el país, con las que aún mantiene comunicación.
La actitud de la señora Despradel me causó extrañeza y decepción pues nunca antes la había visto y no tenía por qué esperar de ella ese trato tan descortés cuando sencillamente acudí al centro que dirige en busca de información que los interesados adquieren mediante compra. Hoy, al leer su trabajo de “investigación”, entiendo el motivo de su actitud.
Investigación
Entiendo que investigación es un proceso imparcial y objetivo que se hace para descubrir la verdad.
El trabajo publicado por El Caribe a que me estoy refiriendo no se ajusta a ninguna de las reglas de investigación que los verdaderos periodistas y académicos conocen como cuestión elemental.
En este artículo no vemos ningún esfuerzo para descubrir la verdad sino un propósito de reafirmar viejos prejuicios y de corroborar con familiares del dictador.
Los titulares que encabezan las páginas de ese escrito ya dan como verdaderas sus parcialidades.
Desde el inicio del trabajo de “investigación” la señora Despradel afirma como hechos que “conocemos sin ninguna duda” que mi madre murió “al complicársele el parto con una condición conocida como “atonía o hipotonía uterina”, y que mi padre falleció “mientras conducía su auto a una alta velocidad”. O sea, que la autora parte de conclusiones preconcebidas sobre las causas de esas muertes, tomadas como hechos ciertos. Dicho de otro modo: partiendo de esa base no hay nada que investigar.
Y yo me pregunto: ¿Qué tipo de investigación es esa en la que el investigador parte de la conclusión a la que quiere llegar?
El asesinato de mis padres
Creo que es tiempo de terminar con las medias tintas y llamar las cosas por su nombre:
Mis padres Jean Awad Canaán y Pilar Báez de Awad fueron asesinados.
Se falsea la verdad cuando se sacan de contexto opiniones que hace treinta o cuarenta años emitiera mi abuela, cuando vivía, en momentos en que el dolor desgarraba su alma.
Según la señora Despradel, mi abuela expresó pensamientos que reflejaban su religiosidad, con el propósito de no fomentar más odio “dejando todo a Dios ya que como familia jamás especularía con algo tan doloroso.”
Extrapolar esas y otras frases y presentarlas fuera de su contexto, como descargo de un asesinato, deviene en una irresponsabilidad.
Clínica Abreu, doctor Jordi Brossa y doctor Alfonso Simpson
De entrada debo recordar que la Clínica Abreu fue fundada y dirigida durante muchos años por el doctor Rafael Abreu Miniño. Para toda nuestra familia siempre fue nuestro querido tío Alito.
El limpio historial de ese centro de salud y de su personal lo han constituido en un paradigma de alto saber científico y templo en el que se rinde pleitesía a las más puras virtudes éticas y morales.
El doctor Jordi Brossa, gastroenterólogo, silencioso y con una trayectoria cívica que lo elevan a la categoría superior, y el ginecólogo doctor Alfonso Simpson siempre gozaron del más alto respeto, afecto y amistad personal de mis abuelos y, por consecuencia, de toda nuestra familia.
Manipular sus declaraciones de carácter profesional para eximir a culpables de hechos punibles penalmente, es un abuso.
Vale aclarar que el doctor Brossa no estuvo presente en la sala de cirugía al momento del parto de mi madre, como señala el trabajo de “investigación” que motiva la presente respuesta.
Doctor Luis Rojas
El doctor Luis Rojas, afamado médico y respetado ciudadano, es citado haciendo declaraciones en el sentido de que llegó a la Clínica Abreu veinte años después de la muerte de mi madre Pilar pero que entonces todavía se encontraban allí médicos y enfermeras del tiempo de su muerte “y que nunca escuchó ni a esos médicos ni a las enfermeras decir que en la muerte de Pilar habían actuado manos criminales”. ¿Qué valor o rigor investigativo tiene el preguntar si alguien, veinte años después, escuchó por casualidad a otra persona comentar sobre el hecho en la clínica? Entiendo que ninguno.
La señora Despradel preguntó al doctor Rojas si los familiares de Pilar Báez habían iniciado cualquier tipo de investigación o habían acusado a la clínica, al doctor Simpson como su ginecólogo o al doctor Brossa como director de la clínica, de ser responsables de la muerte de Pilar, a lo que contestó que no.
A nadie en su sano juicio se le ocurriría preguntar si a mi familia le hubiera pasado por la mente acusar a la Clínica Abreu y a sus médicos. Manipula la señora Despradel el hecho de que no se hicieron acusaciones para tratar de descartar un asesinato.
Testimonio de pasillo
Se resaltan de un modo extraordinario conversaciones con una persona “que le merece entero crédito que acompañaba a su madre que estaba interna en la Clínica Abreu el día de la muerte de Pilar, por lo que fue testigo presencial de los hechos que llegaron a oídos de las personas que allí se encontraban”.
Dice su informante que ella estaba en el pasillo y que oyó decir de la hemorragia de Pilar y la desesperación de los médicos y enfermeras y que después de meditar por muchos años:
“…reafirma la percepción que tuvo en aquel momento de que los médicos hicieron todo lo posible por salvar a Pilar y de que no hubo ni hay motivo para culpar a nadie”.
Si no se tratara de algo tan desgarrador, esas citas producirían burla o risa. Nadie en nuestra familia nunca ha puesto en dudas que los médicos de la clínica Abreu hicieron todo lo posible por salvar a mi madre.
De lo que se trata es, no del admirable esfuerzo de los galenos por salvarle la vida a mi madre, sino de las causas que la llevaron a ese estado de gravedad imprevisto que la condujo a la muerte.
La prueba en el derecho penal y en la criminología
Todo el que tenga conocimientos de derecho penal o de criminología (y hasta el que ve en la televisión investigaciones sobre crímenes) sabe que los asesinos cometen sus hechos tratando de no dejar pruebas.
La verdad es que una enfermera entró subrepticiamente a la clínica a cometer un asesinato. Muchas personas saben de quién se trata y cómo fue sacada del país por sus vínculos familiares con un esbirro torturador.
En un juicio por asesinato las pruebas son circunstanciales. ¿O es que la señora Despradel es tan ingenua para creer que la única prueba es que la asesina entrara a la clínica con una jeringuilla en la mano, inyectara su contenido en el suero y saliera como si nada, a la vista de todos?
En un caso como éste las pruebas son de otra naturaleza. Veamos:
Destierro en Jimaní y Restauración
Peca de ingenua (o me cree ingenua), tergiversando la verdad, cuando en lo que llama investigación no se detiene a profundizar en el hecho de que en el año 1958 mis padres, como castigo, fueran enviados a una suerte de destierro a Jimaní y Restauración, en la frontera con Haití, lugares que para la época comparados con los Gulag de esos tiempos podrían parecer el paraíso.
La hija de Trujillo no impidió el destierro de mi madre ni mostró la más mínima consideración ante la permanencia en la frontera de su compañera de colegio y amiga, por espacio de casi dos años, ni porque estaba embarazada, a sabiendas de que estaba expuesta a mala alimentación, tediosos y peligrosos viajes en carretera.
Para venir a dar a luz a la clínica Abreu fue necesario obtener un permiso especial de las autoridades militares de la época.
Mi padre Jean Awad Canaán era un oficial graduado en una prestigiosa academia militar, cuyo rango no era para enviarlo a prestar servicio en lo que entonces eran aldeas de la frontera, eso fue un castigo inmerecido, injusto y malintencionado.
La señora Despradel en su “investigación” no se detiene a escudriñar ese hecho, ni reflexiona al respecto.
Misión de recoger un pelotero
A tan solo catorce días del asesinato de mi madre, mi padre Jean Awad Canaán fue trasladado a esta ciudad, siendo nombrado 2ndo.
Teniente, Ayudante Militar del Presidente de la República, según consta en la Certificación de Nombramiento Registrada con el No.
1239 de fecha 20 de febrero de 1960, lo cual colocaba a mi padre bajo el mando directo del entonces poderoso coronel Luis José León Estévez. En medio de lances íntimos se decidió que también fuera asesinado.
Uno de los métodos usuales para asesinar a personalidades en la Era fue la simulación de accidentes en carreteras. Los periódicos de la época recogían con frecuencia esos accidentes misteriosos y sospechosos.
Se necesita muy corta visión o muy mala intención para no resaltar el hecho de que un oficial con méritos académicos no era la persona indicada para ser enviado a la misión de buscar un pelotero a San Juan de la Maguana para traerlo a la capital.
Por otra parte, está el hecho de que mi padre no viajó conduciendo el vehículo de su uso habitual, debido a que León Estévez le envió un vehículo especial para esa misión, al cual le acababan de hacer un seguro “full”.
Mi padre intuía que se le quería asesinar y así se lo había comunicado a familiares de su confianza. Prueba de esto es la fotografía que me dedicó y entregó a mi abuela, expresando que pensaba que yo no le iba a conocer. No obstante, y fiel a la disciplina militar, mi padre cumplía con las órdenes que recibía y partió al sur profundo bajo el presentimiento de que en cualquier momento podía perder la vida.
Debe tenerse una cara muy dura para alegar, como prueba, que el hecho en que mi padre perdió la vida fue un accidente y no un asesinato, utilizando el hasta hace poco único testimonio de uno de los sobrevivientes que le acompañaba, cuya inocencia nunca ha sido cuestionada por nuestra familia, pero sin olvidar que en el contexto en que ocurrió el incidente se vio compelido a repetir “la verdad oficial” del episodio, deviniendo así en un simple chivo expiatorio del coronel Luis José León Estévez.
Indicios
Según afirman los estudiosos del derecho, se entiende por indicio un hecho del cual se infiere lógicamente la existencia de otro hecho. En el indicio existen el hecho indicador y el hecho indicado. En efecto: constituye indicio el hecho o circunstancia conocidos que permite inferir la existencia o inexistencia de otro hecho desconocido. Se trata de una operación lógica basada en las normas generales de la experiencia y en principios científicos o técnicos.
Los indicios ayudan poderosamente a la reconstrucción histórica de los hechos delictuosos en su aspecto objetivo. Hoy, con el progreso de la ciencia y de la técnica, se pueden precisar cuestiones o aspectos que arrojan claridad en cualquier investigación penal.
El destierro en la frontera, la misión de buscar un pelotero, el típico “accidente” en la carretera, la cercanía de ambas muertes, constituyen indicios de una intención aviesa por parte de quienes tenían derechos sobre la vida y hacienda de todos los dominicanos. Para la autora del artículo de marras parece que esa es una cuestión baladí.
Trujillismo
Más de un historiador dominicano se ha preguntado el porqué personas de acrisolada moralidad, de lo más selecto de la intelectualidad y de la sociedad dominicana, sirvieron a Trujillo.
Hay quienes explican esa circunstancia como el único modo de sobrevivir. Otros como un error al creer que podrían atenuar con su presencia los rigores de la tiranía.
Los hijos de muchas de esas familias reivindicaron sus apellidos ilustres con su participación en el movimiento patriótico 14 de Junio y las expediciones patrióticas de Constanza, Maimón y Estero Hondo.
Mi familia tampoco pudo sustraerse al encanto o al miedo de una persona que avasalló a todos y con todos, reivindicándose con la participación en la Gesta heroica del 30 de Mayo.
La señora Despradel llega al extremo de su abuso desempolvando una nota necrológica del año 1960 con motivo de la muerte de mi bisabuelo Miguel Báez Ortiz, citando sus empleos como alcalde comunal o juez de paz y miembro fundador del Partido Dominicano. No veo ninguna razón para esto excepto la intención de descalificar a mi familia, de la misma manera como lo hace Angelita Trujillo en su libro infame.
Afortunadamente el trujillismo murió con Trujillo.
Y aunque hoy se trata de vender como ideología el “trujillismo” con fines políticos, asociando el apellido a nociones de mano dura u orden social, la realidad es que la dictadura de Trujillo, como cualquier otra, no se basó en una ideología sino en el culto a la persona del dictador, en la violencia, el terror y el asesinato como herramientas políticas.
No existe una ideología trujillista del mismo modo que Trujillo, aún con su fuerte personalidad y habilidad pragmática, no creó una ideología ni poseía el intelecto requerido para ello.
Bodas y Bautizos
Destaca la señora Despradel en su relato, que resalta con fotografías, las bodas de mis padres, apadrinadas por Trujillo.
Si su trabajo hubiera sido de investigación hubiera descubierto que todo el que estaba cerca o no quería caer en desgracia debía proponer su padrinazgo.
No sólo entre los funcionarios cercanos o empleados. En todos los pueblos del país esperaban la visita de Trujillo para los bautizos y bodas.
Los periódicos de la época están llenos de páginas que reseñan esos eventos. Pero la investigadora aparentemente no lo sabe.
¿Por qué mi abuelo?
Hay un cuestionamiento no expreso sobre la participación de mi abuelo Miguel Ángel Báez Díaz en la Gesta del 30 de mayo.
Los orígenes de los vínculos con Trujillo no fueron de tipo político sino de carácter personal. En efecto, entre mis ascendientes se encuentra la familia Díaz, prominente en San Cristóbal y Yaguate en tiempos en que los Trujillo eran discriminados. Mis familiares, a diferencia de otros, no los discriminaban y les acogían.
Si la señora Despradel hubiera realizado una verdadera investigación habría descubierto que la mayoría de los involucrados en la Gesta del 30 de Mayo fueron personas que sufrieron en carne propia los ultrajes o los crímenes de un Trujillo, que llegó al extremo del asesinato repugnante y sin nombre de las hermanas Mirabal, otro supuesto accidente de tránsito, además de muchos otros crímenes abominables que probablemente precisarían de todas las páginas de El Caribe para citarlos por separado.
Mi abuelo también tuvo que apurar un sorbo muy amargo de la copa del dolor tras el asesinato de mis padres Pilar y Jean y continuar callado, mirándoles la cara a los asesinos; circunstancia ésa que le llevó a establecer contactos con enemigos del régimen en el exterior.
El doctor Mario Read Vittini, en su libro “Trujillo de cerca”, ofrece un importante testimonio en el que, entre otras cosas, pone de manifiesto cómo pensaba y se sentía mi abuelo desde días antes de la muerte de su hija Pilar Báez Perelló, aunque al señalar la causa que provocó el fallecimiento de mi madre, Read Vittini procedió sobre la base de información inexacta.
Conviene resaltar que en ese testimonio se consigna que mi padre fue asesinado en un supuesto accidente por haber estado relacionado con una mujer “ligada a Trujillo”. A continuación reproduzco el testimonio del doctor Read Vittini:
“Con Miguel A. Báez Díaz y su hermano Tomás tuve también una buena y larga amistad. Miguelito y yo, sobretodo, nos llevábamos muy bien. El era primo hermano de Modesto y Juan Tomás y fue de los hombres de confianza de Trujillo, pero un problema con su hija Pilar, que de alguna forma afectó el matrimonio y la vida de su hija, lo volvió un silencioso e íntimo enemigo radical de Trujillo.
Un día de mucho calor, yo decido tomar un “yum-yum” (un refresco batido con hielo molido, frapé) en el Malecón. Al detener mi viejo Cadillac detrás de un flamante Cadillac nuevo, frente al negocio de los refrescos, se bajó desde el delantero, Miguelito y vino a mí. Nos paramos aislados entre los dos vehículos y Miguelito me dijo, con voz irritada y decidida pero tono contenido:
- “¡Coño Mario! Si yo encontrara otro decidido como yo, yo matara ese hijo de la gran puta ahí, en Güibia, cuando nos sentamos en la rotonda! Pero sé que yo solo, sin apoyo de otro, ¡desde que intente sacar la pistola me van a matar sin tiempo de que yo lo elimine a ese desgraciado... ¡Pero esto no se aguanta ya…! ¡Hay que salir de él a cualquier precio...! Estoy harto de tantos abusos!” Yo asentí y le dije que yo creía lo mismo.
Pocos días más tarde, murió de parto su hija Pilar, dijeron que de eclampsia, porque no se cuidó por la pena de su separación del esposo –a quien se supone que también mataron más tarde en un supuesto accidente—y se saturó de albúmina. Yo creo que se dejó morir de desilusión y de pena por la pérdida de su esposo, que la había abandonado por otra, ligada a Trujillo, según se creía o, por lo menos, fue la versión que circuló.
Cuando fui a darle el pésame esa noche a Miguelito, se me abrazó llorando, bañado en lágrimas en la oscuridad del patio de su casa y entre sollozos me decía: “Ya tú ves, Mario…! ¡Me la mataron…! ¡Me la mataron!.”
Yo me conmoví sinceramente ante su intenso y profundo dolor.”
Muchos años antes de que el doctor Read Vittini, un prestigioso jurisconsulto e intelectual, publicara sus memorias, el periodista Manuel de Jesús Javier García, que a partir de 1956 cubrió la fuente palaciega durante 20 años, en el segundo tomo de su obra “Mis 20 años en el Palacio Nacional junto a Trujillo y otros gobernantes dominicanos”, primero en la página 239 y la 306 después, refiriéndose a la muerte de mi madre consignó lo siguiente:
“…Según versiones, Báez Díaz se sentía profundamente dolido contra el régimen y contra Trujillo, porque su hija Pilar, de apenas 20 años de edad y con un año y ocho meses de casada con Jean Awad Canaán, murió de parto.
Se dijo en esa época que alguien íntimamente ligado a Trujillo sobornó a una enfermera para que inyectase a la muchacha unos minutos antes de dar a luz, provocándole una hemorragia que ningún médico pudo contener”.
Consecuencia de esa tragedia, mi abuelo, de contextura un tanto robusta, perdió peso, llegando a enflaquecer en pocos meses por un dolor que sólo se conocía en la intimidad de la alcoba y que culminó con una parálisis facial.
Por su participación en la Gesta del 30 de Mayo, la tortura que padeció es poca cosa frente al ensañamiento de los verdugos que desde la muerte de su hija Pilar (mi madre) le destrozaron lentamente.
Como puede constatarse, de los testimonios ofrecidos, primero por el periodista Javier García, y mucho tiempo después por el doctor Read Vittini, cuanto se ha rumoreado en torno a la muerte de mis padres no ha sido un invento de nuestra familia.
Se trata de versiones que comenzaron a circular desde el mismo momento en que ambos, por separado, perdieron la vida, no por cuestiones políticas, sino según el rumor público por caprichos personales de Angelita Trujillo y de su esposo el entonces poderoso coronel Luis José León Estévez.
Mi tío y mi primo
Dice la señora Despradel que mi tío Tomas Báez Díaz, Síndico del Distrito Nacional renunció en junio pocos días después del ajusticiamiento de Trujillo. Si hubiera investigado realmente habría descubierto la verdad de que no pudo haber renunciado porque el 1 de junio ya estaba en la 40 y después en el 9 recibiendo torturas sin nombre.
También menciona a mi primo Bolívar, de quien dice que al momento del ajusticiamiento “ocupaba la subsecretaría de Estado del Tesoro y Crédito Público”. Si hubiera hecho una investigación habría descubierto que desde muchos años atrás esa cartera había cambiado de nombre y se llamaba Secretaría de Estado de Finanzas. Además hubiera descubierto que Bolívar desde el 1 de junio también estaba preso en los centros de tortura.
No veo otra razón para mencionar a mi tío y a mi primo que no sea para poner de relieve sus cargos públicos como forma de tratar de descalificar a la familia Báez.
Para finalizar
He tratado de buscar una explicación al atropello que la señora Despradel ha cometido contra nuestra familia en aras de una supuesta justicia histórica y pienso que, al escribir su pretendida investigación, acaso los recuerdos de su juventud la traicionaron o tal vez olvidó que dentro de su honorable estirpe hubo luces que también acompañaron al déspota que deslumbró y aterrorizó a tantos dominicanos.
Conclusión
Acogiéndome al derecho a réplica, y al concluir esta dolorosa exposición a la que me he visto compelida por las circunstancias, agradezco a la dirección de El Caribe el tratamiento que dispense a estas necesarias precisiones a tantos desatinos en los que ha incurrido en su escrito la señora Naya Despradel.
Se atribuye a Cicerón haber dicho que quien no conoce su historia, será un niño toda su vida; que la historia es luz y maestra de la verdad. Ignoro los propósitos de la señora Despradel con su desatinada “investigación”; yo, en cambio, que perdí a mis padres, simplemente busco que salga a relucir la verdad de por qué ambos perdieron sus vidas. Creo que es un derecho del que, ni ella, ni Angelita Trujillo, ni sus fieles amigas, pueden despojarme.
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