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15 Mayo 2010, 8:09 PM
La revolución del 65 y la teoría del caos
Escrito por: LIPE COLLADO
Pareciera ser que para la compresión cabal de los 133 días de la revolución constitucionalista, del 24 de abril al 3 de septiembre de 1965, se requeriría de un análisis a la luz de la “teoría del caos”, que vino a las ciencias sociales desde las matemáticas y la física y que se ocupa del comportamiento impredecible de los sistemas dinámicos, a saber, estables, inestables y caóticos. A los caóticos corresponden comportamientos estables e inestables a la vez.
El tramado complejo de aquella revolución, cercenada por el poder militar y político de los Estados Unidos, podría ser compresible a partir de las dimensiones fraccionadas del proceso revolucionario constitucionalista, y para ello habría que descomponer sus fases sucesivas.
Los que la han estudiado se dejaron seducir por el todo, o por sus partes grandes importantes, dejando a un lado sus articulaciones y pequeños desenlaces múltiples propiciados por factores aparentemente insignificantes por provenir de subalternos sociales o infra protagonistas, pero el poder en la revolución constitucionalista se diseminó reproduciéndose a todos los niveles en el curso de los 133 días, y las emociones derivadas de los ideales democráticos y patrióticos alcanzaron categoría tal que se constituyeron en componente importante.
Si descomponemos las articulaciones pequeñas, per se importantes –por ejemplo, la escuadra de catorcistas armados que franqueó la entrada al Palacio Nacional a la gran masa popular el día 25 – se podría reconstruir la lógica de aquel proceso, cuyos primeros días corresponden a una fase que aunque furiosa su curso estuvo pautado cada vez por las fuerzas de los hechos menudos sucesivos, marcados por las improvisaciones, los triunfos, las adversidades y los golpes del “azar”, de categoría histórica.
Aquel caos hirviente, alterador del establishment, llevaba en sus intersticios un orden subyacente –aunque fuera en sí una ruptura de lo ordinario. Wallace Steven, teórico del caos, nos lo explica de este modo: “un orden violento es el desorden. Un gran desorden es orden. Ambos casos son uno”. Pero antes que Steven, el climatológico e investigador Richard Lorenz descubrió “una extraña organización del caos”, a la que luego llamaría “el efecto mariposa”, que consiste, según su ejemplo, en que el batir de un ala de una mariposa podría provocar un cambio radical de la dirección de una tormenta “a miles de kilómetros de distancia”.
En mi obra Soldaditos de azúcar –33 relatos verídicos sobre la revolución de abril – me ocupé en detalles de un hecho menudo que ahora lo percibo como que fue el aleteo de una mariposa cuyo efecto se fue amplificando. Bajo el título de “El Telegrama” narré cuál fue el inicio de aquel estallido revolucionario: un telegrama de la Jefatura de Estado Mayor del Ejército ordenado a las 8 de la noche del 23 de abril al segundo teniente Marino de Jesús Paulino Marte.
- Déle curso de inmediato a este telegrama múltiple dirigido a los oficiales que aparecen en la lista de abajo –le habría ordenado el Jefe de Estado Mayor. En la lista estaban precisamente oficiales que conspiraban para restablecer el orden constitucional.
Este aleteo inicial, se amplificó: el oficial informó a las 8 de la mañana del 24 de abril al capitán conspirador Peña Taveras la orden impartida, el capitán alertó a su superior conspirador, el teniente Coronel Hernando Ramírez y ambos alertaron a sus hombres. Una vez destituidos y apresados los convocados, los conspiradores a su vez apresaron a los oficiales superiores y liberaron a aquellos.
El efecto amplificador avanzaba. Llamaron a una popular estación de radio, se lo informaron a un político conspirador y éste multiplicó la amplificación: anunció un Golpe de Estado Militar para reponer al gobierno constitucional. Miles de personas lo respaldaron en las calles, hubo resistencia de los contrarios, los constitucionalistas repartieron armas, se combatió sangrientamente, los constitucionalistas triunfaban y llegaron tropas estadounidenses para impedirlo.
En principio estamos ante un panorama de caos, pero el concepto científico de caos es incoincidente con el que se ha tenido de éste, por cuanto hay una regularidad que lo vertebra. La revolución no fue un caos absoluto ni en sus inicios ni en su desarrollo, como la hemos apreciado, aunque hubo modos cambiantes sucesivos abrumadores de orden y caos. Pugnaban. Por momentos el caos, el que encaja en la concepción del establishment y en la popular callejera, se le adelantó al orden. Sin embargo, allí había un orden adecuado a las coyunturas sucesivas.
Cuando el presidente estadounidense, Lindon Johnson justificó el envío desmesurado de tropas desde el 28 de abril mediante un discurso a su Nación el 29, trazó un cuadro caótico para el establishment: “Los tigres hicieron una especialidad de asesinar policías, haciendo que estos rompieran sus uniformes y se escondieran. La ley y el orden se quebrantaron”.
Pero ese caos pincelado por Johnson tenía un orden. Los cuarteles de policías fueron asaltados estratégicamente, no para matarlos, de hecho murieron pocos, sino para tomar sus armas y sobre todo para neutralizar esa quinta columna. Salvo muy pocos, los policías sobrevivieron, fueron bien tratados y luego canjeados por prisioneros constitucionalistas. Las acciones para diezmarlos eran una ruptura de lo ordinario establecido y, por lo tanto, pinceladas del caos que se suele asumir.
La revolución constitucionalista, que para la mía y otras generaciones constituyó una convocatoria a un destino tormentoso, fue una cadena con eslabones dinámicos estables e inestables, en una especie de desequilibrios equilibrados.
De ninguna manera en este análisis he querido inducir a pensar que un telegrama provocó una revolución. Fue un acontecimiento de magnitudes históricas gestado por factores sociales, políticos y militares. El profesor Bosch y el doctor Peña Gómez plantearon años atrás que estaba signado en nuestro destino y que era una asignatura pendiente en el discurrir histórico dominicano, o como planteara el hoy retirado Teniente General Soto Jiménez, con motivo de su discurso inaugural del Primer Seminario Sobre la Revolución de Abril, que aquello se trató –en su antesala, digamos –de “un cisma militar que trascendió posteriormente a lo político”; aunque le he agregado que se trató de una dualidad intercambiable cuando también hubo otro cisma, el político.
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