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Manolo, Minerva...
Tony Raful
En julio como en enero, dijo Martí, en su copla al amigo sincero. Como en enero, como el 21 de enero de 1960, bajo la persecución y el asedio de los cancerberos, como en enero bajo la delación y el infortunio, el trágico rastrilleo, el asalto y las mordeduras, el viejo rancho Jacqueline, torturas medievales, pozo oscuro de la quejumbre, morir de una paliza o ahorcado, morir de todas maneras para vivir otro día en la circunferencia de la alborada, en el pregón de la libertad ansiada, o morirse para siempre bajo el templado sitio de la nada, para que podamos buscar sus huesos carcomidos, como pidió el apóstol, para arrojar polvo de sus huesos carcomidos sobre su frente.
Como en enero, dos gigantes enamorados se juraron el amor como si el amor fuera sempiterno, como si fuera una promesa ígnea, porque sabían que renacían, amaban para renacer. Pocas veces unos jóvenes asumían el ideal de toda la vida suscribiendo una vocación de servicio y martirio, viviendo la Patria como algo tangible, probable y querido. Hablo de Manolo y Minerva. Hablo de la exquisita y voraz pasión por la libertad, el señuelo de un gesto, de un puño airado, de toda la mirada sobre el estiércol y la podredumbre. Y dónde se conocieron estos seres que prendieron una llama inapagable, de luz y caracola sobre su destino en ascuas. Ya sabemos que todo es fugaz, esquela provisional de vivir, mudanzas del ceño y la piel. Pero ellos no vivieron lo que nosotros hemos tenido que vivir.
Toda su palabra era penacho alado, invocación de alboradas, gesto digno de ver la vida distinta, florecida en jazmines y palmas, bajo el epígrafe del canto y la poesía. No vivieron como nosotros, apurando la cicuta del tiempo largo, cambiando las palabras y acomodando la vida, envejeciendo, disminuyendo las vibraciones, el reino de fuego de la utopía. Manolo y Minerva, como dos semblantes de otro tiempo que no se marchitan, como columnas violetas en el llanto, como tejidos esplendentes de una patria de auroras, de ternuras como prodigios.
Como en enero, qué capacidad de amar en las penumbras, de aproximar los festejos del vino y el corazón en los ojos claros de la campiña y el mar. Es que murieron bajo el plomo y el odio, cuando el arco iris ingresaba en las neblinas, cuando morir o vivir era ser consecuente con la palabra fulgurante, con un legado de círculos diamantinos, albas y estrellas. Minerva, Patria y María Teresa, en la hondonada homicida, Manolo en su nobleza infinita, buscándolas, despojando la niebla, la infamia del golpe artero, buscándolas con su linterna guerrillera en un costado de cielo y misterio.
Nos dirán desfasados y lo somos, nos dirán atrasados y lo somos, nos dirán quedados y lo somos, pero seguimos creyendo que sólo el amor puede recomponer el mundo. La idea es suficientemente antigua pero válida. El sistema conceptual y de comportamiento de vida, en todas sus acepciones, ha fracasado ruinosamente, hasta el grado de abastecer con ejemplos convincentes la frustrada realización humana, el desconcierto inicuo más prolongado de la injusticia social. Ahora entendemos que solo el amor puede inspirar una rectificación profunda del quehacer humano. Ni siquiera la sangre, es el amor. El amor es superior a la sangre.
Es el amor quien construye sobre todos los valladares un nexo común, un vínculo florecido, un espacio de luz interna capaz de los mayores arrojos y plenitudes. El amor es trascendente, sobrevive a los dogmas y esquemas con los cuales se ha pretendido fosilizar el pensamiento. Todo es un desvío y un nuevo comienzo. La vida en su estelaridad fecunda puebla los caminos y las sociedades de manera plural, intensa y abierta.
La conciencia humana retiene sus gradaciones primitivas como rémoras de una evolución que parece detenida. El alcance extraordinario de la tecnología llega desigual a una criatura deficiente e insuficiente que carece de amor.
El resultado es catastrófico, todo se pervierte y todo se usa contra el mismo hombre, contra la naturaleza pródiga y exuberante, que por donde quiera que uno la aborde parece un milagro insistente, una maravilla continua y perfecta de Dios. Uno procede del recuerdo, viene de la memoria, todo es memoria, los tiempos son memoria, si prescindimos de la memoria caemos en el vacío de la muerte.
La vida avanza indetenible, puntual, agresiva. Solamente el amor la dulcifica, revierte sus espejos, sus horas inflexibles. Una ancianidad plena de amor es juventud perpetua, claridad de cielo y espejo, apego a la belleza de vivir siempre. Por ello el amor restablece las coordenadas de la ilusión y el ensueño, que son duraderos. Cuando miramos las gestas, vemos pirámides de amor sosteniendo sus anhelos, renunciamientos, entregas, el martirio como purificación en todos los pregones de la fe.
Como el 21 de enero de 1960, cuando fue develado el movimiento clandestino 14 de junio, y la morralla delincuencial del Estado trujillista exhibió la barbarie. Como Manolo y Minerva, como dos amores, como concertinas en la noche más oscura, como un recuerdo de párpados en las lianas del sol, como un flamboyán borroso en la primavera, como envolturas del buen vivir lo que se puede vivir sin claudicar, sin dejar de amarse en el laberinto precoz del arcano y la muerte.
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