La dictadura lo asesinó
CALLES Y AVENIDAS DE SANTO DOMINGO
DOCTOR TEJADA FLORENTINO
POR ÁNGELA PEÑA
Servicios Google/Hoy, Matutino Dominicano
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El lunes 19 de enero de 1960, a las nueve y media de la mañana, el doctor Manuel Antonio Tejada Florentino salió de su casa con destino al hospital “Salvador B. Gautier”, donde era Jefe del departamento de Cardiología. Fue la última vez que le vieron sus hijos y esposa. Agentes del SIM lo arrestaron en el centro de salud, incautaron su carro nuevo y otras pertenencias y luego se trasladaron a la vivienda familiar en procura del arma que portaba el facultativo, con permiso oficial.
El doctor Víctor Manuel Tejada Polanco, su hijo mayor, cardiólogo como el padre, expresa que en torno a las torturas, muerte y destino del cadáver de su progenitor, se han ofrecido cientos de versiones. Según informes recibidos por Marina Estela, hija de Tejada Florentino, “a él lo hizo preso un tal Flicho Palma, de Tenares, que era su ahijado, quien justifica su acción con el argumento de que pensaba protegerlo, es la explicación que ha dado”, agrega el primogénito.
Hace alusión al libro de Alicinio Peña Rivera, “Historia oculta de un dictador: Trujillo” en el que el ex jefe de Inteligencia relata que “lo colocaron en la silla eléctrica con fines de torturarlo, no resistió la tortura y murió”. También narra la explicación que le ofreció el doctor Ángel Concepción Lajara, amigo entrañable de su padre, a quien el cardiólogo encargó sus pacientes de Tenares meses antes del apresamiento.
“Mi papá tenía una cojera de su pierna izquierda que se le empezó a manifestar después de graduado. Decía que era su regalo de graduación. Era muy hipersensible a la corriente eléctrica, cualquier contacto, a él le producía una reacción más fuerte que a otra persona”, manifiesta Tejada Polanco. Unos atribuían la limitación a un “polio abortivo”, otros a una inyección intra glútea o a una afección neurológica no diagnosticada. “Lo cierto es que él tenía ese problema y sabía que si lo sentaban en la silla eléctrica, por su alta sensibilidad a la corriente no iba a soportar una descarga con fines de tortura”.
La versión más socorrida, empero, es la de que padecía una lesión cardíaca que al parecer había ocultado a su familia. Cuando iban a torturarlo advirtió a sus verdugos su condición pero los sicarios no le creyeron, “pensando que trataba de evadir el martirio”. La verdad, sostiene el doctor Tejada, “es que nunca la familia volvió a tener noticias concretas de él, nadie lo vio jamás. Su tumba es la del soldado desconocido y la que en su corazón llevamos los que jamás le podremos olvidar”. Falleció, se afirma, el día que lo apresaron.
De la humildad a la cumbre
Manuel Antonio nació en Salcedo el 17 de diciembre de 1907, no en 1910 como se ha repetido. Era hijo de María Heriberta Tejada y Luis María Florentino, padre de otros 20 hijos “pero la que fue su esposa, Adelaida López de Florentino, que era mi madrina, quería mucho a mi papá”. Luis María lo reconoció después que se graduó de médico. “Entonces él lo aceptó como segundo apellido, el Tejada que lleva es de su mamá”.
María Heriberta, modista, maestra, partera, alfabetizó al inquieto muchacho y le enseñó las reglas básicas de matemáticas. Él compensó el esfuerzo de la abnegada mujer trabajando desde niño para ayudarla económicamente. Fue limpiabotas, mensajero, cargador de maletas del ferrocarril. En su afán de estudiar se trasladó a la casa de su abuela Leonora Toribio viuda Tejada, en San Francisco de Macorís, que completó su enseñanza. Regresó a Salcedo e ingresó en la “Escuela Graduada” de la señorita María Josefa Gómez, y viajaba a Santiago a recibir los exámenes para obtener el título de Bachiller en Ciencias Físicas y Naturales. Aprendió música con el profesor Ramón Díaz y tuvo la oportunidad de ser el primer salcedense en dirigir la Banda de Música local. Tocaba guitarra, tambora, cornetín, bandoneón. Su hijo manifiesta que “era de carácter alegre, gustaba de las fiestas, era gran bailador y en sus años mozos llevaba serenatas”.
Moro Pillet, de La Vega, le enseñó ebanistería por lo que más tarde instaló en Salcedo el taller que le facilitaría los medios para entrar a la Universidad de Santo Domingo a estudiar medicina. Terminada la carrera se estableció en Villa Tenares donde fundó clubes y organizó sociedades, como había hecho en Salcedo con la introducción de los Boy Scouts, el odfelismo, la masonería. Gran Maestro de la Logia Número 39, fue también miembro prominente del Club Rotario. En Tenares y Salcedo construyó escuelas, bibliotecas, logias, centros deportivos, algunos de los cuales llevan hoy su nombre.
El 23 de marzo de 1942, dos años después de graduarse, nació en Salcedo su primer hijo, Víctor Manuel, cuya madre es Altagracia Polanco con quien el doctor Tejada Florentino procreó también a Lucía Altagracia. En Tenares conoció a Sofía Tabar, con quien casó el 27 de diciembre de 1942. Es la madre de sus hijos Rosa Leonor, José Ignacio, Ana Sofía y Manuel Antonio. Otra hija es Marina Estela, fruto de su unión con Josefa Fernández. Todos son profesionales reconocidos, Manuel Antonio, además de médico veterinario, es músico y arreglista exitoso.
“Papá reconoció a todos sus hijos, nos dio calor de padre, quiso que todos conviviéramos como familia, nos conociéramos y quisiéramos como hermanos. Le debo los recuerdos más gratos de mi infancia, los mejores Reyes de Salcedo eran los míos. Pero su preocupación principal con nosotros era la educación. Año por año me mandaba los libros que necesitaba. Cuando entré al bachillerato me inscribió en “La Salle”, el mejor colegio de varones de esa época, los muchachos estudiaron en el Santo Domingo. O sea que, lo que él no tuvo, quiso dárnoslo”, comenta el médico, quien desde su adolescencia fue acogido como hijo del matrimonio Tejada Tabar, en la capital.
Lo evoca “alto, con unos dientes hermosísimos, agradable, simpático, caballeroso, galán”. Tejada escribió poemas y discursos que se perdieron. Su oratoria más memorable fue la que pronunció en San Cristóbal, “Trazando nuestro propio rumbo hacia la paz”, en la que dejaba entrever su oposición al régimen.
En el 14 de Junio
Aunque no hay una obra dedicada a la vida y el martirio del destacado patriota, escritor, músico, masón, odfelo, poeta, maestro, muchos son los trabajos publicados sobre su actuación en la resistencia antitrujillista.
En 1951, cuando regresó de México donde hizo su especialidad en el Instituto Nacional de Cardiología, pocos podían sospechar sus sentimientos contra el régimen pues era el médico de José Arismendi Trujillo (Petán) y de Julia Molina, madre del tirano. “Jamás sacó provecho de estas relaciones”, afirma su hijo.
Su estancia en México le permitió “entrar en contacto con un sistema de gobierno muy distinto al nuestro”, opina Tejada Polanco, y esa diferencia reafirmó su oposición, ya afianzada por el dolor que le produjo el asesinato y la desaparición de su hermano Rafael, también víctima de la satrapía. “Recuerdo que hablaba abiertamente de Trujillo, no se cuidaba, y mamá le decía: ‘Manuel, no hables así”.
Fue uno de los más decididos fundadores del Movimiento Revolucionario 14 de Junio y, según Fafa Taveras, “colaboró con la organización de todos los focos antitrujillistas distinguiéndose como uno de los principales orientadores intelectuales del Movimiento”. Fue electo presidente del Comité del Distrito Nacional, añade, pero declinó. De su autoría, según Taveras, es el esbozo de lo que vendría a ser la plataforma de lo que Tejada Florentino llamaba “Partido Revolucionario Institucional Dominicano”. En papeles de la Logia se asegura que Minerva Mirabal lo convenció para el cambio de nombre.
En Santo Domingo, Tejada Florentino vivió en la calle Socorro Sánchez y en la avenida Bolívar. Su hijo cuenta: “Se levantaba de madrugada, iba al Gautier, regresaba al medio día, de ahí salía para el consultorio y llegaba tarde porque hacía visitas domiciliarias a los pacientes. Asistía al club, la logia, después compró una finca en Sevicos y viajaba los fines de semana. En la casa organizaba reuniones científicas para mantenerse al día”. Entre sus colegas estaban José Antonio Fernández Caminero y Nicolás Pichardo.
“Gustaba brindar las cosas más nuestras: agua de coco, de limón, dulces criollos. Era una persona admirable. Nos dejó como legado su sensibilidad, el patriotismo, el haber sido de procedencia tan humilde y llegar donde llegó”. Se dolía de los pobres y le mortificaban la explotación y la ignorancia. Colegas suyos, como Antonio Zaglul y Ángel Concepción, decían que su consultorio era el más lleno, por eso siempre salía más tarde, “cansado y cojeando, pero siempre sonreído... Trataba, en su mayoría, pacientes de escasos recursos económicos a quienes regalaba la consulta y el tratamiento. Después de una agotadora jornada de trabajo, sus bolsillos estaban vacíos...”
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