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viernes, 2 de diciembre de 2011

"Soldado del pueblo y militar de la libertad" al Panteón Nacional


http://www.eljaya.com/201111-1/28-soldado.php

"Soldado del pueblo y militar de la libertad" al Panteón Nacional

A propósito de la iniciativa que busca llevar los restos del coronel Rafael Fernández Domínguez al Panteón Nacional, Acento.com.do se honra en ofrecer a sus lectores el siguiente artículo del ingeniero Nemen Hazim Bassa:
coronel Rafael Tomás Fernández Domíngucoronel Rafael Tomás Fernández Domínguez

Coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez

Lunes 28.11.2011
Puerto Rico.-Decíamos, el 31 de mayo de 2008, en el artículo publicado titulado "El día de La Libertad", lo siguiente:

"Víctor Grimaldi y Hamlet Hermann se han caracterizado por realizar valiosas investigaciones científicas acerca de nuestra historia reciente. Coincidimos totalmente con ambos en que el día que debe ser declarado como el Día de La Libertad es el 24 de abril del 1965, 'por ser el verdadero símbolo de la libertad individual y nacional del pueblo dominicano' y 'por conmemorar la rebelión constitucionalista y la guerra patria de 1965', tal y como expresaran, en el orden establecido, participando por separado en actividades relacionadas con el 30 de mayo, día al que se le quiere recordar, por el magnicidio, como el precursor de la libertad del pueblo dominicano.

"… El 24 de abril de 1965… (es el, nh) acontecimiento más importante protagonizado por el pueblo dominicano en el Siglo XX, en una jornada popular y militar mediatizada por la usurpación del suelo patrio por las Fuerzas Armadas norteamericanas durante los años 1965 y 1966" - Víctor Grimaldi.

Además, señalábamos que el pueblo dominicano se había encumbrado -en la defensa de la soberanía y la integridad de la patria- "a la cima de la dignidad, del valor y del coraje", en un corto tramo de su historia que lo engrandece, tanto por lo magnánimo de la gesta como por acontecimientos previos que desembocarían en la misma, que facilitarían a un "soldado del pueblo" el espacio para alcanzar la estatura de 'Padre de la Patria' en una sociedad que afanosamente buscaba su madurez institucional dentro del marco que el ejercicio político otorga al capitalismo (aun, en una sociedad de desarrollo tardío).

Este soldado, a más de una década de lo que le deparaba la Historia, y mientras hacía de centinela "en el patio de la Academia", recibió la visita de su padre quien, "presuroso", fue a abrazarlo, recibiendo en cambio las palabras que proyectarían a Rafael Tomás Fernández Domínguez como un comprometido con la institución y con la patria:"Respetuosamente señor, las reglas me impiden dirigirle la palabra".

La respuesta dada a un coronel de prestigio e influencia en las esferas del poder dictatorial -y además, su progenitor- sería una sin precedentes en la historia de los institutos castrenses, que marcaría para siempre al hombre que había nacido bajo las luces de Duarte, Sánchez... Luperón:"... Todos tenemos nuestro destino marcado, y si el mío es morir por mi patria, es el destino más maravilloso que hombre alguno pueda tener... tengo el privilegio de haber aprendido a amar a mi pueblo de esta forma que solo yo sé... ".

En 1960 apresó a un marine estadounidense que orinaba en el Baluarte de El Conde, donde descansaban entonces los restos de los Padres de la Patria, JUan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Ramón Matías Mella, porque no podía permitir semejante falta de respeto a los símbolos patrios

La expedición de junio de 1959, con la finalidad de derrocar la tiranía, encontró al "soldado del pueblo" convertido en teniente, a cargo de un pelotón que buscaba el lugar estratégico para enfrentar a los expedicionarios, desempeño que le habría permitido apreciar el coraje y la dignidad de esa juventud comprometida, que define como una en la que sus "hombres tienen un valor que raya en la temeridad y nos avergüenza su arrojo y su pericia en todas sus acciones".

Esta experiencia -que abría paso a la duda- tiene que haber planteado serias contradicciones en la mente de Rafael Fernández Domíguez a la hora de evaluar sus obligaciones y las "características" del régimen al que servía. La pregunta: "¿Vas a ver esa mierda?" -que hace a un compañero-, en alusión a la ejecución de los prisioneros, es una muestra del dolor que lo agobiaba y, por consiguiente, del grado de conciencia que iba adquiriendo. Este episodio influiría decisivamente en un hecho que se daría seis años después y que culminaría con su muerte.

No permitió el irrespeto a los símbolos patrios

La figura del "soldado del pueblo" -de dignidad, honestidad y decoro- encuentra sustancia para que se acreciente su patriotismo cuando, siendo capitán, en 1960, y frente al abominable acto que acontecía en el "Baluarte del Conde, lugar donde estaban los restos de Duarte, Sánchez y Mella" -un marino norteamericano se orinaba sobre el monumento-, detenía el vehículo en que transitaba y hacía presos al marino que ejecutó la acción y a dos más que lo acompañaban, indignado porque "no se podía permitir que un soldado extranjero viniera a irrespetar nuestros monumentos".

Este acontecimiento, sin magnitud relevante pero con extraordinario significado, engrandecía su compromiso con la soberanía de la patria, lo que, junto a otras virtudes que florecían en su transparente y ejemplar vida, lo elevaban al nivel supremo que alcanzan los hombres cuando la Historia le tiene reservado el gran momento para la prueba definitiva.

Muerto Trujillo, pasó a ostentar el rango de mayor de la Aviación Militar Dominicana y, además, le fue ofrecida una alta posición en el servicio de inteligencia, que rechazaría -primero, porque se contraponía con su formación honesta, digna y solidaria y, segundo, por la degradación a la que tendría que someterse de tener que fungir como confidente y criminal-, ante Ramfis, hijo del dictador, asumiendo un elevado riesgo que comprometía su vida y la de su familia, pero que coadyuvaba en su formación integral que día a día lo aproximaba a la figura cimera que alcanzan los predestinados: la de prócer.

Su papel durante el gobierno provisional

El "soldado del pueblo" "no sospechaba que muy pronto pondría a prueba su liderazgo". El gobierno de Joaquín Balaguer enfrentaba constantes protestas y una huelga que buscaba su renuncia, que culminó el primero de enero de 1962 con la formación de un Consejo de Estado presidido por él (otros cinco miembros lo componían).

Los hechos que suscitaron los violentos cambios dieron inicio el 16 de enero cuando una patrulla del ejército disparó contra la multitud que acompañaba a los dirigentes de la Unión Cívica Nacional, ocasionando varios muertos y heridos y la reactivación de las protestas que pedían las renuncias de Balaguer y de Pedro Rafael Rodríguez Echavarría -secretario de las Fuerzas Armadas-, quien apresó y mantuvo en cautiverio (en el Club de Oficiales de la base aérea de San Isidro) a tres miembros del Consejo de Estado, e instaló una junta Cívico-Militar que apenas duraría horas.

El Dr. Balaguer buscó asilo en la Nunciatura Apostólica y el país tuvo que soportar de nuevo otra violación al orden constitucional, que daría inicio a los acontecimientos que la Historia le tenía reservada a Rafael Tomás Fernández Domínguez, cuando el 18 de enero hizo preso al secretario de las Fuerzas Armadas por haber incurrido en "franca violación a las disposiciones constitucionales", actitud valiente y decidida que lo pondría en consonancia con el compromiso que las Fuerzas Armadas deben exhibir: honestidad, respeto a la institucionalidad, integridad, defensa de la soberanía, dignidad y garantías para que el pueblo ejerza sus derechos y cumpla con sus deberes.

Muy pronto el país celebraría elecciones, de las que saldría airoso Juan Bosch, el más ilustre de los dominicanos del siglo XX quien, dos meses antes de los comicios, había establecido contacto por primera vez con el ahora "soldado del pueblo y militar de la libertad".

Su honestidad impresionó a Juan Bosch

Producto de este primer encuentro surge el testimonio mediante el cual Bosch lo describe como "el dominicano que más me había impresionado después de mi vuelta al país. Me impresionó su integridad, su firmeza, que se veía a simple vista como si aquel joven militar llevara por dentro un manantial de luz".

No se equivocaba el autor de "Trujillo: causas de una tiranía sin ejemplo": el comportamiento asumido por Rafael Fernández Domínguez, siendo teniente coronel y director de la Academia Militar Batalla de las Carreras -ante un hecho que se había convertido en "costumbre" con la llegada de un nuevo director-, no había sido, ni es, el usual en una sociedad en la que los militares han sido los eternos amos y señores.

El encargado de mesa del comedor de los cadetes había dejado en la cocina de su casa "arroz, habichuelas, azúcar, aceite y otros alimentos" que, al ser encontrados por el "teniente coronel", arrancaron de su interior la ira con la que reaccionan los hombres honestos cuando se encuentran ante tan serviles e indecorosas acciones.

La integridad de Rafael Fernández Domínguez lo llevó, instintivamente, a rechazar un presente cuyo valor real provenía de los dineros del pueblo. Además de regresarlo, "el teniente responsable de llevar los alimentos fue sancionado con diez días de arresto... ".

En un país acostumbrado a regirse por las malas acciones -fuentes históricas de las riquezas de los militares y los funcionarios-, una conducta permanente como la exhibida por el "soldado del pueblo y militar de la libertad" genera conflictos de intereses muy marcados... muy enconados. La moralidad, la rectitud y el compromiso nunca han sido los atributos de la clase oligárquica dominante.

Juan Bosch desde el gobierno, y Fernández Domínguez desde las Fuerzas Armadas, en un momento estelar de la vida dominicana, marcharon al mismo paso en carreras paralelas: ambos en busca de un país de leyes e instituciones y, a la vez, combatidos por las mismas fuerzas que doblegan y saquean al pueblo.

Contra los conspiradores

Los planes de golpe de Estado a Juan Bosch marchaban al mismo nivel que los de los oficiales superiores para sacar de circulación al "coronel", quien sería enviado, junto a Héctor Lachapelle Díaz, a visitar "las academias militares de Brasil, Argentina, Chile y Venezuela", con el único objetivo de trabajar libremente en el rompimiento del orden constitucional que los dominicanos se habían arrogado en un proceso de selección "que hace de la democracia el sistema idóneo de gobierno".

En alocución al país, tres días después de una reunión con la plana mayor de San Isidro, y ante los insistentes rumores de golpe de Estado por la no persecución de los comunistas -"cierto sector político", como le llamaban los gorilas- le informaba Juan Bosch a los dominicanos las palabras con las que se había dirigido a los golpistas: "Nosotros no hemos vuelto a nuestro país a perseguir. Nosotros somos afirmativos, no negativos. Pero en última instancia, si las Fuerzas Armadas persisten en eso, búsquense otro que gobierne, porque yo no estoy dispuesto a encabezar una dictadura total o parcial en la República Dominicana". La información sobre la conspiración le había sido suministrada al presidente por Rafael Fernández Domínguez, en una visita que cursara a su casa y que hacía de la misma un hecho sin precedentes: mientras los golpistas se empeñaban en subvertir el orden constitucional, el coronel Fernández Domínguez -junto a un grupo de oficiales comprometidos- se mantuvo al lado de la institucionalidad, preparando planes para contrarrestar cualquier acción, aun a cambio de su vida y de la de sus compañeros, oficiales "decididos y de principios claros".

El golpe de estado se consumó el 25 de septiembre de 1963, apenas tres días después del coronel Rafael Fernández Domínguez haber retornado al país, junto a Héctor Lachapelle Díaz y otros oficiales comprometidos con el movimiento. El mismo no fue un producto exclusivo de San Isidro: Kennedy y la CIA fueron protagonistas de primer orden al patrocinar una guerrilla, en suelo dominicano, contra el gobierno haitiano, sin que lo supiera el jefe del Estado dominicano.

Al Bosch exigir una investigación a la Organización de Estados Americanos -el 23 de septiembre-, comprometía de manera contundente la imagen de los Estados Unidos, los que, "de haber ordenado la ejecución de una violación tan escandalosa de las normas que gobiernan las relaciones entre los Estados y sus jefes", se verían envueltos en un escándalo del que "iba a salir muy mal parado el prestigio de John F. Kennedy". Para salvarlo, se derrocaría el legítimo gobierno que el país se había dado por voluntad mayoritaria del pueblo dominicano, hecho que conduciría a eventos de igual o mayor trascendencia.

El día 24 en la noche Juan Bosch habló con el coronel Fernández Domínguez y le informó lo que estaba sucediendo. Le pedía, mientras se dirigía al Palacio Nacional, que movilizara los oficiales en los que él confiaba, "que no iba a ir a ningún otro sitio, que no me asilaría en ninguna embajada, que en el Palacio Nacional estaría, vivo o muerto, esperando que él actuara".

Pero todo ocurrió con demasiada prisa. A las dos de la madrugada estaba consumado el golpe, para el que se habían conjugado ciertas coincidencias:

1.- El regreso al país, tres días antes, del coronel Fernández Domínguez, quien había sido "enviado a conocer nuevas técnicas militares" en algunos países de América del Sur (mientras estuviese fuera, la oligarquía criolla y la CIA podían tomarse su tiempo en la planificación del crimen que se cometería contra la nación; con su presencia, se aceleraba el mismo);

2.- La invasión abierta a Haití, desde territorio dominicano, por parte de León Cantave y los guerrilleros que lo acompañaban, quienes venían operando en territorio dominicano desde finales de mayo de 1963 sin el consentimiento de Juan Bosch, presidente de la República y Comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.

3.- La foto del exgeneral haitiano que el periódico El Caribe hizo pública -primera que aludía sus incursiones-, tomada cuando descendía de un avión militar dominicano, que sirvió al profesor Bosch para hacer la siguiente deducción: "cuando vi a aquel hombre tan bien vestido, con dos maletines en la mano, me di cuenta inmediatamente de que él había partido hacia Haití desde territorio dominicano... En ese momento me di cuenta de que se me había estado engañando... ".

4.-El cable o la llamada telefónica del ministro Héctor García Godoy al embajador dominicano ante la OEA, el 24 en la noche, que "fue lo que determinó el golpe de Estado... ". La Embajada americana en el país, que intercepta todas las comunicaciones, conoció por esta vía el contenido de la conversación, y optó por implementar el plan que venía elaborando con los gorilas dominicanos.

Muy poco tiempo llevaba en el país el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez; por tanto, cuanto más rápido se violentara la Constitución, menos oportunidad había para planificar y organizar acción alguna con los pocos militares confiables y, de esta forma, poder impedir la materialización del golpe de Estado.

"Señor presidente: estamos listos para asaltar el Palacio Nacional. Somos doce oficiales nada más, pero cumpliremos con nuestro deber. Pedimos, sin embargo, que se le informe al Partido Revolucionario Dominicano a fin de que desate una huelga general". Estas palabras -en el contexto real- indican, con mucha claridad, que la premura no había permitido incrementar el número de contactos; aun así, el coronel Fernández Domínguez se ofreció, con otros doce héroes, a defender la constitucionalidad, en un gesto que lo elevaría por encima de los hombres comunes.

Por eso envió al presidente Bosch esas hermosas palabras que la Historia tendrá que preservar para siempre, que les fueron entregadas por la esposa del ministro Silvestre Alba de Moya en las primeras horas de la mañana del 25 de septiembre... pero ya el presidente estaba preso.

Antes de su partida a Madrid -el 9 de octubre de 1963- como agregado militar de la Embajada dominicana, el "soldado del pueblo y militar de la libertad" había establecido contacto con José Rafael Molina Ureña y, por su vía, con el profesor Juan Bosch, quien, desde Puerto Rico, le sugiere el acercamiento con otros militares jóvenes. En España involucra al cura Marcial Silva (para neutralizar el calificativo de comunista) y al ingeniero Caonabo Javier Castillo (líder ideológico del Partido Revolucionario Social Cristiano).

Convence a Cucho Fernández quien, en viaje de tres días que hiciera el coronel a Santo Domingo -en diciembre de 1964, antes de trasladarse a Chile, donde había sido transferido-, había fungido de enlace para la reunión cumbre con el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, de la que saldría fielmente comprometido con el movimiento constitucionalista. Además, mantiene un constante cruce de cartas con el profesor Bosch, a quien visita con anterioridad al viaje a Santo Domingo y a su retorno a Puerto Rico, en escala de varios días, antes de su salida para Chile.

En el exilio con la meta de regresar a defender la patria

Durante 19 meses -tiempo no prefijado, y sí alcanzado por los tropiezos que se presentaron en fechas anteriores para el inicio de la gesta-, Juan Bosch y el coronel Fernández Domínguez estuvieron planificando el retorno a la Constitución de 1963, tanto en Santo Domingo como en San Juan (Puerto Rico), Santiago (Chile), Caracas (Venezuela) y Madrid (España). Reuniones, contactos, búsqueda de adhesión y recursos, logística, propaganda, y un sinnúmero de otras actividades -la mayoría bajo sacrificios inimaginables y dentro de niveles insospechables de riesgo-, definieron el liderazgo de cada uno: Bosch como jefe Político, y "el soldado del pueblo y militar de la libertad" como jefe Militar, categoría que alcanzaría el coronel Miguel Ángel Hernando Ramírez -recomendado a Juan Bosch como ministro de la Fuerzas Armadas en diciembre de 1962 por el más grande defensor de la institucionalidad que ha conocido la República Dominicana- y luego Francisco Alberto Caamaño Deñó, al encontrar "El día de La Libertad" a Fernández Domínguez en Chile.

Sobre el coronel Caamaño, Fernández Domínguez le había comunicado a Juan Bosch, en diciembre de 1964, que "tenía dos condiciones que él podía garantizar: su lealtad a cualquiera causa a la que se uniera y un valor que no reconocía límites".

Estas, con el tiempo, se convertirían en palabras proféticas: la Revolución de Abril de 1965 y la guerrilla que encabezó en febrero de 1973 -al mando de un reducido grupo de heroicos combatientes- con la finalidad de revertir el estado de cosas por las que atravesaba el pueblo dominicano, le hacen merecedor de los más grandes reconocimientos que la Historia depara a los grandes hombres, y que los pueblos, en agradecimiento a jornadas y compromisos tan extraordinarios, deben honrar con los más altos honores.

El 26 de abril llega a Puerto Rico el coronel Rafael Fernández Domínguez, y no es hasta el 13 de mayo que logra pisar la tierra por la que ofrendaría su vida -la misma que debe reconocerle como uno de sus grandes próceres-, "usando las armas del enemigo", explicación que recibe de Juan Bosch al enterarse que podrá viajar a la República Dominicana en un avión de las mismas fuerzas interventoras que pisoteaban el país.

Su muerte

Después de casi toda una vida de institucionalidad, responsabilidad, constancia, compromiso, patriotismo, planificación y liderazgo, el "soldado del pueblo y militar de la libertad" tenía que agotar una faceta que, a su entender, era necesaria ante el ejemplo y sacrificio ofrecido por sus compañeros: entrar en acción como habían hecho todos, cuando la Historia no le exigía tal requisito para recibirle como un gigante.

En su empeño, organizó una de las acciones más riesgosas y controvertidas que enfrentaría el movimiento constitucionalista: la toma del símbolo del poder político -el Palacio Nacional-, decisión que compartió con Juan Miguel Román, principal dirigente del 14 de Junio, agrupación que había tomado su nombre de la expedición de 1959, aquella que "abría paso a la duda" y por la que el teniente coronel Rafael Fernández Domínguez se había expresado con admiración al señalar que esos "hombres tienen un valor que raya en la temeridad y nos avergüenza su arrojo y su pericia en todas sus acciones"(Habíamos dicho que los sentimientos que lo embargaron mientras combatía a los expedicionarios influirían decisivamente en el hecho que culminaría con su muerte).

Juan Miguel Román, líder del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, compañero entrañable de Manuel Aurelio Tavárez Justo -con quien combatió en el alzamiento guerrillero del 1963 al frente del comando Gregorio Luperón-, estableció una amistad muy cercana con el coronel Fernández Domínguez en los días previos al acontecimiento que acabó con sus vidas y las de otros gloriosos combatientes: haitianos, el italiano Ilio Capocci -entrenador de los hombres ranas-, Euclides Morillo -también miembro del 14 de Junio y guerrillero del alzamiento del 1963-, y otros.

Una vida íntegra de compromiso con su pueblo

La vida del coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez ha sido íntegra, transparente, impecable... ha sido una sin manchas en todas las facetas de su vida. La descripción de sus epopeyas está descrita en este ensayo; lo que no puede contener el mismo son las palabras de agradecimiento y reconocimiento a su grandeza... no las encontramos. Ningún dominicano ha dado tanto de sí para lograr la institucionalidad de las Fuerzas Armadas -el monstruo de mil cabezas que ha destrozado históricamente el desarrollo natural de la sociedad dominicana- como lo ha hecho "el soldado del pueblo y el militar de la libertad". La gesta de abril de 1965 es su obra, como también lo es el retorno al orden constitucional que propició y ejecutó el 18 de enero de 1962. Dispuesto estuvo siempre... comprometido también. Vivió por, y para su patria.

La lucha del pueblo dominicano, de los militares constitucionalistas, de dirigentes políticos, de médicos, de ingenieros, de abogados, en fin, la lucha de toda la nación contra las tropas invasoras yanquis, que mancillaron el honor y la soberanía, es la más grandiosa obra que nos legó "el soldado del pueblo y el militar de la libertad", obra que hizo posible que el pueblo dominicano se creciera hasta "la cima de la dignidad, del valor y del coraje": el coronel Rafael Fernández Domínguez fue el artífice que unió todas las piezas que se requerían para combatir al ejército más poderoso del mundo y lograr la reivindicación del honor y la soberanía.

Duarte, Sánchez, Mella y Luperón, nuestros baluartes supremos, fueron de carne y hueso, no dioses. La distancia hace que los veamos inalcanzables, que los veamos como seres superiores, y las gestas que se nos presentan en vida, con héroes y villanos, son las mismas que el tiempo ha engrandecido; no esperemos que nuestros grandes hombres -aquellos con los que, por gracia divina, hemos podido coincidir en el tiempo-, escapen de nuestras manos.

Ahora, y con el convencido conocimiento de la grandeza que adorna al coronel Rafael Fernández Domínguez, reconozcamos sus excepcionales virtudes y hagamos de él un prócer; ¡llevemos sus restos inmortales al Panteón Nacional!

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