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jueves, 12 de agosto de 2010

Nuestro Alzheimer histórico

TRIBUNA ABIERTA]
Nuestro Alzheimer histórico



María Elena Muñoz

De repente sentí que nos desnudaban a todos. Que compartíamos con ella la vergüenza retrospectiva de estar desnudos.

Ella frente a sus verdugos, también de sus compañeros de sueños y tormentos, en el infierno terrenal de La 40. Nosotros frente al mundo, porque nos colocaron delante un espejo que nos devolvía la imagen desvestida de nuestra indiferencia. Porque “Hay una mujer que está sola”, Aída. Pero no es sólo de la soledad que tú cantaste, Aída.

Esa también, al parecer, la conoció, porque se percibe leyendo entre líneas, su biografía recién desempolvada. Además, porque siendo una soledad tan común, tan intrínseca de la condición de mujer, en especial cuando ésta piensa, cuando ésta actúa, cuando imprime su sello personal, a la gran epopeya de la vida.

Como fue justamente la de esta mujer. Entonces no se trata solamente de la soledad que llega con el abandono del ser o de los seres amados.

Tampoco es aquella a la que se refieren otros poetas, como la de la soledad de dos en compañía. O la que se siente entre multitudes. Hablo de la universal, de aquella que resume la sumatoria total de todas las soledades. Quizá la que más se le asemeja es aquella de los 100 años, que sin pedirle permiso a nadie se instaló en nuestro hemisferio, resucitando un día despojada de pudores por los meridianos del sur, a ver si alguien se la llevara, aunque fuera “el Cóndor cuando pasa”.

Pero el ave en la esplendidez emblemática de su plumaje, pasó de largo. Lo supo Duarte cuando transitando solo por la misma trayectoria andina de sus vuelos, lo vio de lejos, incluso, más allá de la tierra pródiga de sus sueños.

De esa soledad que sintió el Patricio, como retribución al desafío de su ideal emancipador, será la misma que después cubrirá como un manto a sus continuadores.

Recordemos, por ejemplo a un Luperón, en su soledad antillana, en una isla de las menores, que no por ser pequeña, dejaba de irradiar esa explosión de luz, con que el sol tropical las envuelve a todas, las chiquitas y las grandes, como la nuestra, pero que el héroe de Capotillo no veía, empañados sus ojos por la gris nostalgia del destierro.

Fue la misma soledad que también moverá las manecillas del BigBen, para despertar al Caamaño que rumiaba la lejanía del exilio, en el imponente, pero siempre brumoso y frío Londres imperial. Porque se trata de la soledad más terrible y dolorosa que pueda imaginarse, la que toca la pérdida de la memoria histórica de los pueblos.

La prueba más convincente de estos criterios, la tenemos en la ocurrencia de una extrañísima paradoja: el intento de una publicación de un libro de Angelita Trujillo en nuestro país sobre su padre, en la cual, en un ejercicio perverso de nuestro acontecer, trata, de acuerdo a la crítica política, de reinvertir la historia, haciendo de las víctimas, victimarios, y viceversa.

Para demostrar la falsedad de esta truculencia editorial y como forma de contrarrestar los efectos negativos que la misma tendría en la sensibilidad nacional, sectores de la actividad mediática han tenido la iniciativa ñcomo la realizada por este periódico donde escribo estas líneasñ de lanzarse a una valiosa tarea, que vista desde la perspectiva patriótica, contribuye al rescate de la citada memoria histórica.

Con la misma se ha tratado de ir desempolvando los archivos del olvido, donde yacían engavetadas, las personalidades sobrevivientes más representativas del martirologio democrático dominicano; entre las que se encuentran las cinco heroínas que junto al trío de las hermanas Mirabal, configuran este horizonte épico de nuestro país.

De las mariposas de Salcedo no nos ocupamos aquí, porque el impacto de aquel triple asesinato a causa de sus luchas democráticas, ha pasado a ser parte de nuestra cotidianidad.

A la ingeniera Sina Cabral, la doctora Asela Morel, Miriam Morales, Dulce Tejada y Fe Ortega, las generaciones actuales no las conocían, sus estrellas no resplandecen como debieran en el marco de la cultura histórica, donde la ponderación, la exaltación de nuestros valores nacionales, brillan por su ausencia, especialmente los ligados al acontecer moderno y contemporáneo. Eso lo sabemos, forma parte de nuestras preocupaciones académicas; pero no se trata sólo de eso.

Lo que nos ha estremecido, lo que nos ha golpeado sin piedad, es haber contemplado una imagen que como se dice, vale más que todas las palabras.

Ha sido para nosotros, la más desolada, la más devastada, de más abandono, que lente fotográfico alguno haya podido captar en el anecdotario de la marginalidad socio-política nacional. Fue la que nos trajo recientemente un reportaje de la prensa escrita local (ver Listín Diario, 17/6/2010) sobre Fe Ortega, una de las cuatro heroínas citadas, en un asilo de ancianos, en el municipio de Pontón, La Vega.

Terrible experiencia
Imagen que necesariamente nos debe convocar a la reflexión más profunda y a las interrogantes obligadas: las terribles experiencias vividas por la señora Ortega, tanto en el plano personal como político, podría explicar su alzheimer. Pero a nosotros, ¿Qué fue lo que nos pasó para que el alzheimer colectivo nacional haya llegado a este punto?. ¿Hasta cuándo vamos a evadir las responsabilidades que como personas, como ciudadanos, como pueblo, como Estado, tenemos frente a los que nos dejaron, con su enorme entrega y sacrificio, el legado inestimable de la libertad? Creemos que la respuesta a la primera pregunta está ligada al desarrollo histórico de nuestro país a partir de los años 30 de la pasada centuria del XX, hasta finales de la misma, donde el modelo más feroz de dominación dictatorial pasó del trujillismo clásico al neotrujillismo balaguerista, con pocos matices de diferenciación, especialmente en lo que atañe a la inversión de los valores nacionales, de esos que quiso reproducir la hija del tirano en el libro, arriba citado.

Para ganarse el apoyo incondicional de Washington, ambos regímenes despóticos, llamaron a sus adversarios “comunistas”, con lo que los equiparaba a los enemigos del Tío Sam, involucrado como estaba éste, en los intríngulis de la guerra fría; táctica que justificaba todas las represiones. Fue así como la temporada de caza más larga, de más de medio siglo y la más feroz de los últimos tiempos, en el marco en la cual cayeron asesinados millares de integrantes de nuestra juventud, se fue haciendo tan común, tan frecuente, tan de cada día, que pasó a formar parte de nuestra cotidianidad; lo que nos fue insensibilizando, y por tanto desvaneciendo el espíritu de rechazo y de valoración justiciera de estos hechos. Y lo que fue peor, abonando la dejadez y la indiferencia, en este contexto, hasta la muerte inevitable de la conciencia colectiva.

En ese ámbito de indolencia general, salvo las excepciones de lugar, la titánica y solitaria labor de las distintas fundaciones patrióticas, aparecía como la única antorcha de luz a que aferrarse para mantener vivo y reluciente el recuerdo y la vigencia de nuestros mártires y sus luchas emancipadoras.

Sin embargo, desde finales de la pasada centuria hemos podido apreciar con inmensa alegría, la aparición en el ámbito oficial de ciertas iniciativas que contribuyen a estimular y fortalecer el trabajo de aquellas entidades patrióticas, como han sido entre otras, la creación de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias, la del Museo Memorial de la Resistencia, así como otros espacios de recordación y conmemoración de las fechas de nuestros hitos históricos y sus protagonistas, como son los monumentos, efigies, tarjas, etc, que indudablemente tienden a mantener viva la memoria histórica de nuestro pueblo.

Sectores sensibles
Coyuntura de apoyo oficial, junto a la que se está dando en el ámbito mediático, que debemos aprovechar los sectores sensibles de la sociedad civil para contribuir con este propósito, ahora que todavía resuenan en nuestros oídos las modulaciones presidenciales del himno del 1j4, que fue cantado en el marco de la inauguración en Constanza, del Monumento a los hombres de la raza inmortal, con ocasión del 50 aniversario de la conmemoración de la expedición de junio de 1959.

Todo esto, más la efervescencia de rechazo que causó el libro de la hija del tirano contrariando sus expectativas, nos debe llevar a la implementación de mecanismos de acción para ir simultáneamente poniendo en marcha el tren de la justicia como ha sucedido por ejemplo en Argentina y España, para indemnizar al país de las décadas de impunidad de que gozan los promotores y colaboradores con los regímenes tiránicos que subyugaron la libertad, con sus nefastas consecuencias; como también para ir creando los grupos de trabajo, que vayan al rescate militante de nuestra memoria histórica, comenzando por el de la odontóloga Fe Ortega, del estado de indefensión y de olvido en que se encuentra, no sólo porque es la forma más positiva de sosegar los remordimientos de conciencia que nos creó el testimonio visual, la trágica visión de su último martirio vivencial, sino porque contribuye a derribar el santuario donde se le rinde culto a esa inversión de valores en nuestra sociedad; la herencia más valiosa que le podemos dejar a las actuales y futuras generaciones.

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