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domingo, 13 de noviembre de 2011
Los masacrados de Octubre del 1961
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Areíto
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Se agruparon en “El Conde“ y calles aledañas.
Reproducción Rafael Segura
REPORTAJE
16 Octubre 2010, 8:46 PM
Los masacrados de Octubre del 1961
Escrito por: ÁNGELA PEÑA
Los acusaron de emplear tácticas de guerrillas, convertirse en turbas de agitadores, alterar el orden, incitar a la huelga, atentar contra la paz, escandalizar la vía pública, ultrajar a miembros de la Policía Nacional, dañar la propiedad privada. Al calificarlos como “francotirapiedras”, agitadores, provocadores callejeros, revoltosos, indeseables, parece que lo que más dolía a quienes condenaban la decidida manifestación juvenil que encontró apoyo en el pueblo de la capital y casi todas las provincias del país fue la destrucción de estatuas, bustos, retratos y nombres del Generalísimo recién ajusticiado.
Pero alegró a los medios oficiales que los grupos enardecidos, en principio no pudieran destruir “la estatua sedente del fenecido Padre de la Patria Nueva” colocada en la entrada del Palacio de Justicia de Ciudad Nueva. Porque desde el 17 de octubre de 1961, la despectivamente llamada “muchachada” tomó las calles con el grito contagioso de ¡Libertad! que no acalló la represión pese a la cruel matanza y los arbitrarios apresamientos del trágico día 20. Fueron cinco días de asombro que a pesar del dolor y el luto por los muertos y heridos representaron el más intrépido gesto de la juventud de entonces, sobre todo estudiantil, que culminó con la histórica masacre registrada “como la de la calle Espaillat” o “la de octubre”.
Alumnos y pueblo se expusieron a pesar de que todavía en los templos y recintos militares se oficiaban misas por el eterno descanso del alma del “preclaro Jefe” y se conmemoraba la “Redención de la Deuda Externa”, con gratitud al “Libertador”.
No importó a los muchachos la presencia de Virgilio García Trujillo celebrando “nuestra libertad financiera” y la de Angelita, Ramfis y Radhamés, los “hermanos Trujillo Martínez” anunciando con inusual despliegue que donaban tres millones para casas al Instituto de Auxilios y Viviendas, Fundación Generalísimo Trujillo” ni que la prensa aún llenaba sus páginas con este titular: “Muerte Trujillo conmueve todas las localidades del país”, reproduciendo telegramas cargados de tristeza.
Tampoco los detuvo la “circular admonitiva” de Emilio Rodríguez Demorizi, secretario de Educación, llamando a los padres a “encauzar sanamente una juventud que viene siendo incitada por las facciones partidarias a intervenir en los eventos de una politización apasionada”.
“Se ha podido observar, decía el ilustre ministro, que en los últimos días los escolares olvidan su principal ocupación que es la de estudiar y educarse para dedicar su tiempo a actividades ajenas a la escuela, impropias de su edad, llevando a las aulas el fermento político pasional que se respira en la vida pública”.
Primer escenario. La calle El Conde, entre las “Sánchez” y “Espaillat” fue el primer escenario de los estudiantes que allí lograron detener el tránsito y después fueron a Gascue.
La fuerza pública se acercaba y ellos la retaban a seguirlos. Ese 17 de octubre “el único daño que se produjo fue una puerta de cristal del restaurant El Conde”, según El Caribe, que aseguraba: “Policía mantiene actitud vigilante”.
Al otro día una piedra impactó en el cuerpo de Domingo Antonio Moreno Espinal, hijo del poeta Moreno Jimenes, en la calle Espaillat.
Ya no fueron sólo universitarios. Alumnos secundarios y primarios, niños aún, rompían vidrieras y efigies del “Benefactor”, salían por otros liceos y todos se unían en la zona colonial y Ciudad Nueva. Arrancaban placas de bronce, relojes de los contadores de estacionamiento, tapas de las alcantarillas, tubos, según las crónicas.
La Policía golpeó y apresó 13 jóvenes que “portaban piedras y puntiagudos pedazos de metales”, dijeron, publicando sus nombres, fotos, direcciones residenciales, grados que cursaban: Alberto Barinas, Juan Isidro Yanes, Carlos García, Andrés Mora Hernández, Carlos Romeo Domínguez, Rafael Cabrera Calvo, Francisco Antonio Marte, Matías Pimentel, José Juan Rodríguez, Luis Alfonso Rodríguez Méndez, Rafael Armando Bodre, Miguel Enrique Gil Mejía (tercer año de ingeniería y arquitectura, residente en Santomé 77), Dionisio Santana (quien recibió “heridas traumáticas en la región parietal izquierda”).
Después, Carlos Manuel Bello, Marino Sánchez, Rafael Martínez, Ernesto Manuel Rodríguez, Eladio Santana Sosa, Felipe Morel Inoa, Leonaldo (sic) Antonio Torres, Julito Santana Ulloa, Manolo Díaz Tejeda, Elpidio Antonio Cruz, José Leonilde Frías, Juan Isidro Lapaix Hernández, Rafael de Jesús Feliz, Danilo Rodríguez Pérez, Manuel Felipe Pimentel Hernández, Manuel Urbáez Fernández, René José de Jesús Nolasco Llinás, Ramón Arache, Miguel Rafael Suárez Jáquez, Víctor Manuel Báez Mundaray, Rafael Ernesto Lembert Méndez, Manuel de Jesús Ventura, Oscar Mena Álvarez, Dionisio Sánchez Mena, Pedro Ramón Ramos, Manuel E. Martínez y Darío Jiménez Miranda.
Entonces, a las demandas por el cierre de la Universidad y el nombramiento del rector José Manuel Machado, dispuestos por el Presidente Balaguer, la petición de autonomía y fuero universitarios, la liquidación de imágenes y denominaciones trujillistas, el cambio inmediato del nombre del liceo “Presidente Trujillo”, se unió el reclamo de libertad para los detenidos que unas crónicas calculaban en 39 y otras en 57.
“Escenas de vandalismo se registraron ayer en la tarde (19 de octubre) en un céntrico sector de esta capital que durante unas dos horas quedó prácticamente en manos de una turba desenfrenada”, decía un periodista de El Caribe asombrado porque ahí “se encontraban hijos de familias pudientes, inclusive muchachas”, entre ellas “las niñas chic de Gascue”.
Se “agruparon” en la esquina de las calles Espaillat y Arzobispo Nouel “palmoteando y gritando eslóganes oposicionistas”, sobre todo después que en la “Francisco J. Peynado” esquina “Padre Billini” la Federación de Estudiantes Dominicanos distribuyera hojas sueltas “responsabilizando a Balaguer y a las autoridades civiles del atropello perpetrado en las personas de los estudiantes y profesores”.
La revuelta alcanzó “proporciones nacionales”. Se temía “la implantación de la Ley Marcial para aplastar el resentimiento civil…”.
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