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domingo, 13 de noviembre de 2011

Testimonio de una amiga de Minerva Mirabal

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Testimonio de una amiga de Minerva Mirabal
Por Yolanda Vallejo - Tuesday, Nov. 23, 2004 at 7:47 PM

El doctor Joaquín Balaguer fue nuestro maestro de Derecho Civil, cuando desempeñaba el cargo de Presidente de la República durante el régimen de Trujillo

Con su sombrero puesto entraba en el aula en la que nosotras estábamos y ya frente a los estudiantes, se lo quitaba y lo colocaba cuidadosamente en la mesa del profesor.

El doctor Balaguer nos enseñaba en Derecho Civil acerca de las liberalidades, sucesiones y donaciones, y Minerva sentía por él admiración y respeto, por sus conocimientos y por la maestría que mostraba en el desarrollo de los temas. Cuando salíamos de las clases del doctor, el recinto universitario estaba a oscuras y en el entorno de aquella época no había viviendas, de manera que juntas salíamos a pie hasta tomar un autobús habilitado para la zona universitaria y en una ocasión Balaguer nos vio en tal condición de desamparo que hizo detener su “limousina’’ conducida por su chofer privado y nos llevó a las tres amigas, hasta mi casa, en la calle 19 de Marzo, frente al entonces Club de la Juventud.

Minerva no estaba nunca tranquila, cuando de cultivarse intelectualmente se trataba, y se interesaba por la Filosofía, cuando tenía tiempo libre asistía a la Facultad de Filosofía. También nos inscribimos en la Alianza Francesa y tomamos un curso de traducción de los textos franceses, pensando siempre en ampliar nuestra cultura y sabiendo que nuestro sistema judicial está basado en el francés.

Minerva estaba maravillada. Su interés por el Derecho tenía que ver con una fundamentación que ella creía necesaria para combatir un autoritarismo brutal, que como decían usurpaba el terreno sagrado de la justicia.
Considero que para Minerva, el período de estudiante universitaria desde el 1952-1957, del cual soy fiel testigo, fue el más feliz de su vida, ya que, como dije anteriormente estudiaba Derecho, que era el sueño de toda su vida; vivía en la Capital y para completar la felicidad, en ese mismo período conoció el amor. Manolo fue su príncipe azul. Traté bastante a Manolo, antes, cuando era novio de Minerva y después como un revolucionario.

Acompañé a Minerva a comprar parte de su ajuar de novia, tenía para ese entonces luto de su padre; compró ropa íntima de color para levantarse el ánimo. No fui a la boda porque había que viajar a Salcedo -creo que Hortensia sí fue. Le organizamos una despedida de soltera en el restaurante Mario, que estaba entonces frente al Parque Independencia, no recuerdo lo que comimos y bebimos. Teníamos poco dinero, el cual reunimos entre un grupo selecto de sus compañeros de curso. Recuerdo con nostalgia que cuando estábamos ya en el restaurante, Minerva quiso ir a buscar a su hermana María Teresa, igualmente yo quise ir a buscar a mi hermana Mirtha. Salimos ambas y regresamos con nuestras hermanas, María Teresa y Minerva eran muy unidas; mis hermanos y yo también. Minerva era un ídolo para su hermana, creo que había 10 años de diferencia de edad entre ellas. A Patria la conocí en nuestra investidura, el 28 de octubre de 1957.

Cuando Minerva y Manolo se enamoraron, ya había una ruptura entre Manolo y su antigua novia. Ella era hija de un destacado abogado que tenía un bufete de prestigio en esta Capital. Cuando Manolo se graduara de abogado, ambos, padre e hija, querían que él formara parte de dicho bufete. Manolo quería ejercer en su patria chica, Monte Cristi. Esto último produjo entre ellos un rompimiento; Minerva en cambio lo seguiría. “El amor todo lo puede’’, decía Minerva. En esa oportunidad me contó que iba a dejar Salcedo, una tierra fértil para irse a Monte Cristi; tierra árida, pero era conocedora del deber de seguir a su esposo.

Manolo ejerció poco tiempo, pero lo hizo en Monte Cristi. Recuerdo que en una oportunidad vino Minerva desde Monte Cristi y me consultó un caso que tenía Manolo, de un obrero, con una lesión permanente. En esa oportunidad discutimos el caso juntas.
Manolo aspiraba a un cargo en su ciudad natal, no recuerdo si era en la judicatura o una notaría; el opositor en las aspiraciones del cargo para descalificarlo lo acusó de estar casado con una comunista. Siempre he pensado que este hecho fue la gota que rebosó la copa de su antitrujillismo, y los lanzó a la lucha. Minerva nunca tocaba el tema de su problema personal con Trujillo, criticaba el régimen como cualquier antitrujillista, jamás mezcló su persona con los comentarios antitrujillistas que surgían en cualquier momento y lugar. En una ocasión se refirió a unas fotografías pequeñitas de los Padres de la Patria que salían en efemérides del Listín Diario los 27 de febrero de cada año. Viendo el periódico exclamó: “Estos pobres muchachos cada día se ponen más chiquitos’’.

En los primeros días de enero de 1960 nos visitó María Teresa, y trajo un mensaje de su hermana en donde escribió que Manolo tenía un grupo en Monte Cristi y ella otro en Salcedo. Quería que yo lo comunicara a un grupo de la Capital. Le contesté diciéndole que esperara que llegara mi hermano Rómulo, que tenía un amigo ingeniero que le había dicho que podían contar con él. María Teresa esperó hasta llegar la noche, mi hermano no llegó a tiempo. Leandro vino más tarde por María Teresa y se fueron sin respuesta. Luego supimos que ese ingeniero había conseguido un contrato y estaba construyendo una cárcel para el régimen de Trujillo.

Días después vi a María Teresa pasar por mi casa sin detenerse, la detuve entonces; no conversamos mucho. Estaba pensativa y triste, no dijo nada importante. Días más tarde, en el mismo mes de enero, supe que el Movimiento fue descubierto. No los volví a ver.

A Manolo lo fui a ver recién salió de la cárcel, a su casa de la calle Rosa Duarte. Le llevé una fotografía a donde él aparecía entregando el título de Doctora en Derecho a Minerva Mirabal. El fotógrafo que cubrió el acto de investidura al no saber la dirección de Manolo y Minerva en Monte Cristi, me llevó la fotografía a mi casa, pague el precio y la guardé. Cuando le lleve la foto él no la había visto, luego tuvo la gentileza de mandarme a mi casa con su chofer. Lo encontré en buen estado de ánimo, era un hombre de un temple de acero. Me recibió con alegría y me dio las gracias.
La última vez que vi al doctor Manolo Tavárez Justo fue cuando me tocó cuidar y vigilar la entrevista que él sostuvo con el doctor Benjamín Ramos Álvarez, coordinador y dirigente del movimiento armado del 1963, antes de partir para las Manaclas; movimiento este que culiminó con la muerte de Manolo y otros expedicionarios. El Dr. Ramos Álvarez, que por su edad (43 años) y condición física, no pudo ir a la montaña, fue quien dirigió desde la ciudad dicho movimiento armado. La actividad de este personaje es poco conocida, pero jugó un papel importantísimo en dicho movimiento armado de 1963.

Ya para ese entonces, cuando Manolo cayó, mi amiga y compañera Minerva Mirabal y sus hermanas habían sido trágicamente asesinadas por el tirano. Desde su partida yo ruego por ella todos los días. Ojalá que Dios le tenga para siempre en la Gloria! Por su buen corazón y entrega a los demás y por su lucha a favor de una patria libre.

La doctora Yolanda Vallejo Pradel, fue amiga y compañera de estudios de Minerva Mirabal.

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