Opinión
11 Junio 2011
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Trujillo: El chacal bípedo de San Cristóbal.
Rafael Leonidas Trujillo, uno de los tiranos mas letales que ha tenido la República Dominicana arrasó con la democracia y con todas las libertades durante su pavoroso reinado de 31 años en el que se fue haciendo cada vez más prepotente, ambicioso, codicioso y poderosamente rico; y para el logro de esos nefastos propósitos, ultimó vidas y talentos; adquirió -mediante actos encubiertos con aparente legalidad- inmuebles y haciendas de gran valor a un precio escandalosamente irrisorio, los que después vendió al Estado Dominicano por sumas exageradamente abultadas, saqueando así al erario de manera descarada; y el que, al igual que el nogal, no dejó crecer nada bajo su sombra.
En la declinación de su autoridad ilimitada, le hizo mejoras a su "máquina infernal del crimen," por lo que llegó a ser poseedor de un espantoso expediente en derechos humanos; el que por medio del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), dejó un rastro incalculable de violaciones, torturas, asesinatos y desapariciones forzadas; el que, a través de esa misma maquinaria de terror y muerte puso en ejecución un diabólico plan para, "primero: eliminar a los que conspiraran contra su régimen; luego, a sus cómplices; después, a sus simpatizantes; y por último, a los indiferentes y a los tibios." Y bajo ese terrífico esquema, "dio plata a sus incondicionales; plomo a sus enemigos políticos y palo a los indecisos."
El que durante 31 años se mantuvo por la fuerza en el poder irrespetando la disensión ideológica y estrangulando los espacios de crítica y el pluralismo político; el que modificaba a su antojo la Constitución, designaba legisladores, jueces y funcionarios públicos que al tomar posesión de sus respectivos cargos, tenían que firmar -sin fecha- su renuncia, por lo que, sin ningún aviso, podía sustituirlos en cualquier momento; el que en sus francachelas afirmaba -según sus acólitos- "que tenía la astucia de Maquiavelo y la perversidad de Nerón;" el que hacia compatible sus creencias religiosas con sus crueldades mas refinadas; con las traiciones mas repulsivas y la lascivia mas desordenada. Y el que recurría al recurso de la muerte para acallar a sus opositores, llegando a segar la vida de mucha gente generosa de este pueblo admirable, haciendo de la Patria de Duarte un gran cementerio.
El que se consideró dueño absoluto de vidas y haciendas del país; el que se proclamó único Dispensador de Honores y Favores; Garante del Orden, del Progreso y del Destino de nuestra Nación; el Alto Destinatario; el Benefactor y Padre de la Patria Nueva; el más Grande enemigo del Comunismo; el Big-Man (el gran hombre); "Yo el Supremo, el mas Grande, el mas Poderoso;" el Heraldo de una Verdad Superior que se hizo endiosar por sus cofrades con títulos y elogios para hacerle creer al pueblo que era la encarnación de Dios; el que hasta pretendió ocupar su sitial cuando plasmó esa blasfemia en la placa de metal que obligatoriamente había que comprar y colocar en la entrada de todos los hogares, la cual tenía impresas estas palabras: "Dios y Trujillo."
Y finalmente, el que, "hasta la misma noche de su ajusticiamiento creyó haberle tocado la misión de exterminar todo lo que por no ser como él, representaba el caos, la antipatria y el sindiosísmo."
A todo eso se debe, que con desparpajo y frialdad, fuera conocido en la República Dominicana y en el Mundo como lo que en realidad fue: Un hombre cruel, despiadado, terrible, con un corazón de piedra y un carácter sanguinario; un cínico; intrigante, desconfiado, autoritario, siniestro e intolerante sin escrúpulos ni sentido de la lealtad, salvo al Ejército como Institución, pero no a determinados compañeros de armas a quienes -en su momento- de manera selectiva hizo asesinar según su conveniencia. El que obsesionado por el diablo que llevaba dentro, dispuso acciones criminales para eliminar físicamente a cientos de sus adversarios políticos, desapariciones forzadas que "consternaron a la sociedad y que llevaron dolor, lágrimas y luto a muchos hogares dominicanos." En fin, un megalómano carente de piedad y compasión que le fascinaba la parafernalia militar, al extremo, de que llegó un momento en que la pechera de su uniforme resultaba estrecha para colocar en ella el montón de condecoraciones y medallas que le otorgaban sus aduladores, lo que le hizo ganar el apodo de "chapita."
Esas y no otras son las necesarias percepciones que debe tener la juventud dominicana sobre ese tirano de "temperamento volcánico" que amasó antipatías nacionales y universales, para que las conozca y las difunda, y esté siempre presta a impedir que algo igual o parecido vuelva a suceder en nuestro país; para que evite que ocurran en el futuro las continuas y graves pesadillas que padecimos en ese vergonzoso episodio de nuestra historia política que tuvo una duración de 31 años; y para que nunca más permita el ascenso a la Primera Magistratura de la Nación de un aspirante, que siendo realmente un chacal bípedo, se disfrace de oveja y utilice como carnada el acróstico que le compuso uno de sus lisonjeros con las letras iniciales de sus nombres y apellidos: RECTITUD, LIBERTAD, TRABAJO Y MORALIDAD, con la pérfida finalidad de confundir y seducir al pueblo dominicano con mentiras y falacias, cuando en verdad, lo que hizo este tirano fue lo siguiente:
Rafael (R): (Rectitud) Taimada promesa de justicia para luego implantar una implacable tiranía de 31 años.
Leonidas (L) : (Libertad) Mendazmente ofertada; la que después amordazó, y finalmente cercenó.
Trujillo (T) : (Trabajo) Promesas de faenas bien remuneradas para más tarde hacerlas forzosas; y
Molina (M): (Moralidad) Buenas costumbres ofrecidas pero jamás cumplidas; por el contrario, con sus actos aberrantes enlodó las reputaciones de las familias más dignas, y mancilló con morbosa delectación el honor de ciudadanos íntegros.
Siempre resultará saludable recordar, que los hechos sangrientos cometidos u ordenados por este dictador, finalmente se revirtieron en su contra, y culminaron con la eliminación de "ese bicho malo que murió como había vivido;" pues de acuerdo a una sentencia bíblica, "lo que entra con sangre, con sangre cae;" quedando confirmado: "que el que a hierro mata a hierro muere."
Y para ventura del pueblo dominicano, este tirano que nunca admitió ser una frágil criatura olvidó, que "la contabilidad del Altísimo no solamente es justa, sino que lleva sus libros exactos;" y por eso, no murió en su cama; ni como César, "en las escalinatas del Senado," sino, que fue "ajusticiado a la orilla del camino como un bandolero cualquiera," en cumplimiento a lo dispuesto en el idóneo juicio del Profeta Isaías que aparece en el capítulo 40, versículos 23 y 24: "Dios convierte en nada al poderoso y hace desaparecer al que oprime a su Pueblo, que para Él, es como una planta tierna recién plantada, como si su tronco nunca hubiera tenido raíz en la tierra, a la que sí sopla se marchita, y el torbellino se la lleva como hojarasca."
De Julio Escoto Santana
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