Vistas de página en total

sábado, 25 de junio de 2011

Hablando de Museos.- Escrito por Giannella Perdomo Pérez


Hablando de Museos
Giannella Perdomo Pérez


¡Hablando de museos! De no existir fundaciones y patronatos, entre otros, dedicados a la conservación de testimonios sobre actividades políticas, vivencias, objetos, fotos, etc., de aquellos que participaron en luchas contra regímenes dictatoriales, la memoria histórica de los pueblos se diluye en el tiempo. Sin ellos, la presente y futuras generaciones ignorarían la evolución de nuestra sociedad, además de sus conquistas por el logro de una nación digna y civilizada. Para el enriquecimiento de los mismos, facilitamos legajos que durante décadas hemos guardado celosamente. En tal sentido, con relatos de quienes compartieron prisión con mi padre, Eugenio Perdomo Ramírez, es preciso emprender un vuelo hacia el pasado.


Cárcel de ¨La Victoria, moría la tarde del domingo 31 de enero o del lunes 1ro. de febrero del 1960; los allí prisioneros, integrantes del develado Movimiento Clandestino 14 de Junio, se disponían a cenar. Un militar interrumpe y reclama la presencia de Eugenio Perdomo Ramírez, quien se levanta y es conducido al área de torturas de la aterradora prisión “La 40”.

Leandro Guzmán, testigo presencial de los hechos, entre las páginas 126-132, de su libro “De espigas y de fuegos”, de quien con gran respeto reproduzco, nos acerca a la escena: “Se nos ¨invitaba¨, según dijera Candito Torres, a un "ajusticiamiento revolucionario”. (Candito Torres, segundo jefe del Servicio de Inteligencia Militar-SIM).

“En la sala de torturas a donde nos llevaron estaba Eugenio Perdomo sentado en la silla eléctrica, atado de piernas y brazos…. El periodista no quería cumplir la encomienda de accionar un lazo con un pedazo de madera que aprisionaba el cuello del detenido… Le llamábamos ¨tortol¨ y, efectivamente, hacía las veces de un torniquete asfixiante.

“Perdomo, aunque atado, se debatía en busca de aire… El periodista apretaba y apretaba más el ¨tortol¨, al conjuro de las exhortaciones perversas de los torturadores…” (Johnny Abbes García, Jefe del SIM y Candito Torres).

“Perdomo cayó, al fin, en los estertores de la agonía, hasta que sus pulmones y su corazón se paralizaron.

“Me obligaron a recoger el cadáver de Perdomo para llevarlo hasta el baúl de un carro de dos puertas, Chevrolet… Mis fuerzas no alcanzaban para mover el cadáver de Perdomo. Intervino un esbirro llamado Flicho Palma…. Pensé que mi vida concluiría pronto: había sido testigo de una ejecución y eso equivalía, normalmente durante el trujillato, a una sentencia de muerte.

“… Abbes García le ordenó a un subalterno que al día siguiente llevaran al Periodista a su oficina en la avenida México, para entregarle una pistola y asignarle una serie de ¨misiones¨ que debería cumplir”. Ante esta propuesta respondió: “que estaba dispuesto a aceptar lo que él ordenara".


El periodista en cuestión respondía al nombre de Rigoberto Belliard, amigo de Eugenio, con quien compartía mesa familiar en varias ocasiones. Belliard, acusado por Leandro Guzmán ante los tribunales de Santiago de los Caballeros, juzgado y condenado a varios años de prisión, puesto en libertad misteriosamente, viajó a los Estados unidos, donde encontró su muerte por razones que desconozco.

Leandro concluye: "Estar en La 40 equivalía a vivir dentro de la propia muerte. Raros eran los días en que allí no se mataba, se mutilaba o se pervertía a alguien. Unas horas después del estrangulamiento de Perdomo, asesinaron a Angel Russo, un hombre decente, un militante que tenía antecedentes antitrujillistas de larga data... Los esbirros me obligaron después a ponerme la ropa de Russo. Mas aun,… fui forzado, en medio de gritos y amenazas, a tomarme su ración: un chocolate de agua y un pan".

Los cadáveres retirados de ¨La 40¨, algunos descuartizados, posteriormente eran depositados en las incineradoras utilizadas para la quema de basuras, ubicadas en las cercanías de la cárcel o en el área occidental del puente Juan Pablo Duarte, para su cremación y/o lanzados al mar, hoy autopista "Las Américas", como alimento de los tiburones que merodeaban la zona.

Eugenio Perdomo Ramírez y Leandro Guzmán, fueron vecinos por varios meses, en Santiago de los Caballeros, razón por la que se conocían muy bien. El 11 de abril del 2011 visité al Ing. Guzmán en sus oficinas de Santo Domingo; encuentro de minutos imborrables! Cargado de emoción, comentó las vivencias descritas en su libro, además de ricas estampas familiares, según recordó: "En algunas ocasiones, a ustedes les invité a nuestra casa -se refería a mi hermana menor Elia Celeste y el primito Tony- para comer conmigo y con María Teresa. ¡Y justamente a Leandro, como desgracia de vida, le obligan a presenciar la muerte de mi papá, su compañero político y vecino en ¨Los Pepines" de Santiago!!!!

En su oportunidad, Federico Andrés Lora Pérez, comentaba: “Giannella, sobre tu padre te diré que nos reunieron una tarde al anochecer en la cuarenta y Eugenio, que conocía a Vitico González, se nos acercó porque el grupo de Santiago estábamos esposados juntos y comenzamos a hablar y nos dijo que casi no oía por los golpes que le habían dado en la cabeza y el oído, lo cual era muy común en la cuarenta pegarle por los dos oídos”.

Adolfo Alejandro Franco Brito, quien intercambió con Perdomo unas cuantas palabras la posible noche de su ejecución, con recuerdos imborrables de horrendas vivencias, transcurridos 51 años, " regresa" a las celdas y refiere: ¨Nos obligaban a escribir nuestra declaración, a continuación de la que debíamos hacer oralmente. Estas declaraciones se hacían luego de haber sido sometidos a las acostumbradas sesiones de bárbaras y a veces sangrientas torturas: golpes, extracción de uñas, descargas eléctricas utilizando el ¨bastón¨, aplicadas en la zona genital, entre otras".



José Israel Cuello Hernández, más explícito, escribía: “Tu papá no dejó ropa ni libros, ni cartas ni maleta y mucho menos colchoneta porque de nada de ello disponíamos en las condiciones de las cárceles de aquella época.

“Al llegar a La 40, lo primero que se hacía era el despojo de toda vestimenta, absolutamente de toda. Al único que alguna vez vi con alguna permisividad en el vestuario fue a Cayeyo Grisanti, precisamente en la celda de La Victoria desde donde fue retornado a La 40 tu padre junto al seminarista Papilín Peña González para ser asesinados. Tenía Cayeyo un soporte para contener el brote de una hernia inguinal como toda vestimenta; un pedazo de cinturón que no cubría nada, por supuesto.
“Yo a tu papá no le vi en La 40, porque probablemente llegó allí antes que yo, que fui detenido el 21 de enero en la madrugada, poco después de las seis de la mañana y pienso que él llego dos o tres días antes e interrogado entonces.
“Fuimos sí trasladados todos a La Victoria la noche tenebrosa del 30 al 31 de enero de 1960, después de que se produjera el asesinato de la mayoría de "los panfleteros" a algunos de los cuales dejamos vivos en el patio de aquel recinto cuando éramos empujados al hacinamiento dentro de las "perreras" de la policía, esposados de dos en dos.
“Al llegar a La Victoria nos llevaron a las zonas de sus "solitarias", mucho más amplias que las de La 40, pero mucho más sucias y repugnantes que aquellas por su tiempo de uso. Mientras las de la casa de torturas tenían un pequeño baño en cada uno, relativamente nuevo, las de La Victoria carecían de tal exquisitez, lo que obligaba a los prisioneros a hacer las necesidades fisiológicas en una lata vacía de aceite de maní que no se diferenciaba en nada de otra destinada al agua "potable” para beber y a una tercera contentiva de un menjurje que en la mañana y noche consistía en harina de trigo hervida y sin condimentos y a mediodía de un sopón donde era frecuente un condimento aterrador en la penumbra de aquel recinto: los ojos de las vacas.
“En primera instancia nos colocaron en grupos de seis a ocho en cada celda, muy holgados, pero esa misma noche nos consolidaron en paquetes de treinta o más, de manera que en muchos casos hubo que alternarse para dormir acostados.
“En esa celda de consolidados conocí, entre otros, a don Eugenio, cuando procedimos a identificarnos dentro de la más absoluta y tenebrosa oscuridad, y no sólo por el nombre sino por las ocupaciones así como por los vínculos familiares.
“No fue esa misma noche que se los llevaron, a Papilín y a él, decía, porque la primera dosis de latas que recibimos merecieron la bendición de Papilín, que era seminarista, y no podía ser esa noche primera porque fue muy hondo en su espesura que se produjo el traslado.
Cuando llegaron las latas, una con agua, otra con la harina y la tercera evidentemente empleada antes en heces fecales, todo el mundo las miró con cierta indiferencia. ¡Nadie las tocó! hasta que Papilín tomó la de harina, la bendijo diciendo que: “esa era la comida y que no debíamos debilitarnos”, tomando de inmediato un trago de aquello sin ocultar la repugnancia.
“En esa celda estaban los que luego constituyeron en gran medida el primer grupo de prisioneros llevados al Palacio de Justicia para la farsa de un juicio en que se nos condenó a todos a 30 años de prisión y a 600 mil pesos de multa pagaderos a peso por día.
“Unas horas después, tu papá y Papilín fueron sacados juntos de la celda y llevados, es de suponer, a La 40, donde no tengo idea de si alguien les vio y presumiblemente allí murieron".
En el intercambio de recuerdos, José continúa relatando: "El de Freddy se complementa con el mío en el detalle referente a los dos días que estuvimos juntos, que yo no pude precisar antes pero que, al leer el suyo, pude recordar. O sea, no fueron devueltos a La 40 la misma noche de la llegada, y la fecha de Freddy es también más precisa, fue del 29 al 30 el traslado tenebroso. Los detalles de Leandro sobre su muerte son espeluznantes y la pieza utilizada para la ejecución aparece en los catálogos universales de la infamia como "el garrote vil" muy empleado en la Guerra Civil española".
Freddy Bonnelly, revolviendo sus vivencias, nos facilita datos de igual valor, al comentar: " Comparto casi todo lo dicho tanto por Leandro como por José, excepto con la fecha. Como te dije, donde por primera y única vez que vi a Eugenio fue cuando nos llevaron desde "La 40" a "La Victoria" el día 29 de enero, en la media noche, amaneciendo el 30; lo que no puedo precisar es si transcurrieron uno o dos días, es por eso que digo que pudo ser el 31 de enero o el 1ro. de febrero del 1960.
“Ya en la ¨La Victoria¨, nos introdujeron a la solitaria de más o menos 6 pies de ancho por algunos 12 de largo. Nos metieron a 18 totalmente desnudos, en algunas otras celdas metieron hasta 22. Como no podíamos acostarnos todos, ya que el espacio no daba, Eugenio y yo nos quedamos parados hablando casi toda la noche, en espera de que algunos se despertaran y nos dieran el espacio. Hablamos mucho pero no puedo recordar lo que dijimos. Si sé que me dijo que era de Santiago y que tenía familia. Lo que no puedo precisar es si fueron uno o dos días, por eso digo que pudo ser el 31 de enero o el 1ro. de febrero del 1960, porque vinieron a buscar a Eugenio, en la tardecita, para llevarlo a La 40, antes de la hora de cenar en la referida área. Al poco tiempo, cuando nos dieron visita, Leandro me contó cómo sucedió.”

“Entre los que ocupábamos esa celda—sigue contándome Freddy Bonnelly-- estaban Cayeyo Grisanti, Luis Ramón Peña González, (a) Papilín, mi hermano Carlos Sully, José Cuello, Feliz Germán, Manolito Baquero, Villamán Olsen, Sully Martínez Bonnelly, Moncho Imbert, Alfredo Bergés, René Del Risco Bermúdez, Paquitín Noriega, yo y seis más cuyos nombres no recuerdo. No recuerdo que a Papilín se lo llevaran ese día. Él fue quien inició rezar el rosario y a lo que yo recuerde, se lo llevaron varios días después de esto y lo trajeron de nuevo a la celda. Él nos dijo que querían obligarlo a declarar que Mons. Pepén estaba involucrado pero que no lo hizo. Según recuerdo fue el 30 o 31 como a las 6 de la tarde que lo vinieron a buscar. ¡No volvimos a verles!”

Sin mayor trascendencia en precisar las fechas, a finales de enero o principios de febrero del 1960, lo que sí importa registrar es que Eugenio Perdomo Ramírez y el seminarista Luis Ramón Peña González, (a) Papilín, de manera vil y cobarde fueron salvajemente “ajusticiados” en la abominable cárcel “La 40”.

Para concluir, los museos memoriales recogen las historias de las naciones, escritas en las páginas del sacrificio de sus hijos. Con estas notas, pretendo aportar parte de las experiencias que familiarmente y sin mejores opciones, debimos asimilar durante la ¨Era Gloriosa¨ del ¨Benefactor de la Patria¨, justo durante el mes de junio, cuando la patria se viste de gala homenajeando a los hombres que conforman la Raza Inmortal y a todos aquellos que nos legaron el privilegio de sus luchas, además de reconocerles como miembros inolvidables del heroico Movimiento Clandestino 14 de Junio. ¡Que no se pierda nunca nuestra memoria histórica!. ¡Loor a los Mártires y Héroes de Junio!
giannellaperdomo@hotmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.