Por el mundo que les tocará curar
DISCURSO UNIVERSIDAD AUTONOMA DE SANTO DOMINGO
Junio 14, 2011
Minou Tavárez Mirabal
Antes de iniciar mis palabras permítanme hacerles una pregunta. Empezaré planteándosela a los caballeros, para dar chance a que las damas dispuestas a contestarla levanten la mano: ¿Qué edad usted tiene? ¿Y usted, caballero? A ver, allá atrás, ¿cuántos años tiene? ¿Y usted, que casi no la veo?
O sea, que yo estoy ante una audiencia que está terminando sus primeros estudios superiores, su grado de licenciatura, a una edad promedio de 23 o 24 años. Aproximadamente.
Bien. Yo terminé mi grado de licenciatura en 1983, más o menos a la edad de ustedes. Eso nos emparenta un poco.
Uh, uh. Lamento ser portadora de malas noticias. Cuando me gradué de licenciada mi mundo estrenaba procesos democráticos, consensos internacionales sobre paz, derechos humanos, igualdad, violencia de género. Las tecnologías de la información y comunicación despuntaban rompiendo las barreras del espacio y el tiempo, derrumbando viejas fronteras y cooperando con una globalización que todavía no mostraba su lado excluyente, sus efectos demoledores.
Pero ustedes, todas y todos los que esta tarde se gradúan, lo están haciendo en medio de un mundo en crisis. De un mundo que está compelido a replantearse la política, la sociedad, la economía, su relación con el medio ambiente, o simplemente no será posible. De modo que es prudente que sepan que, nos guste o no nos guste, en este mundo SUYO no pueden quedarse con un grado de licenciatura.
Que probablemente lo que les toque a partir de ahora sea seguir.
Y aunque siempre repito que los consejos sólo le gustan a quien los da, no puedo evitar -en estas palabras que tratan de bienvenirlos a la nueva vida que emprenden a partir de ahora- caer en la tentación de darles uno: Continúen estudiando. No paren aquí. El mundo que a ustedes les toca remediar es un mundo complejo en el que no hay espacio para todos y por lo mismo las exigencias, los protocolos, los prerrequisitos van a ser mucho más rigurosos que en cualquier otra época de la humanidad de que tengamos memoria.
¡Buenas tardes!
Honorable Rector Magnífico de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Primada de América, Dr. Mateo Aquino Febrillet
Distinguidos Decanos y Catedráticos de las distintas Escuelas
Queridos graduandos y amigos todos
Desde el 1983 -fecha en que como les acabo de decir me gradué igual que ustedes lo están haciendo ahora- hacia acá, ha llovido mucho. Yo puedo ser la mamá de muchos de ustedes. Incluso de mi madre y de mi padre que fueron asesinados a los 33 años. Saquen cuenta.
Desde entonces, he sido invitada a hablar en muchos escenarios acerca de diferentes y variadísimos asuntos. La Universidad Complutense de Madrid me invitó en una ocasión a disertar sobre el tema de la interculturalidad y los Derechos Humanos y otra vez sobre violencia de género. En la Universidad de Setton Hall, en New Jersey me las debí agenciar para contar en mi inglés la historia de la participación de las mujeres; inolvidable será para mí la ocasión en que, repleta con más de 2,500 mujeres, creí que se vendría abajo la Cámara de Diputados, diseñada para acoger no más de 800 personas. Hablando sobre desarme en el Parlamento de la lejana Georgia, casi nos agarra sin poder salir de ese país, un armadísimo golpe de Estado; hace tan solo unas semanas fui invitada a presentar los resultados del último Foro Mundial de Parlamentarios para la Acción Global en el Congreso Argentino; en las elecciones de 2008 me pidió el Presidente que hablara en el acto de proclamación de su candidatura…
Sin embargo, debo confesarles algo: nada en esas o en otras muchas ocasiones, nada, repito, me ha llenado de más gozo, orgullo y nervios, que aquella vez en que, acabadita de graduar, esta Universidad Autónoma de Santo Domingo me invitó a pronunciar el discurso central en la inauguración de la Cátedra Minerva Mirabal de la Facultad de Derecho. Gracias a Dios que el pódium detrás del cual hablaba sirvió también para tapar mis piernas temblorosas.
Lo grande es que luego de tantos años yo pensé que había mejorado, pero resulta que desde que me extendieron esta invitación, me atacaron nuevamente los nervios porque en nuestro país no hay escenario que honre más a un orador u oradora que este alto centro de estudios, ni ocasión que enaltezca y distinga más que poder saludarlos desde este podio y entregarles mis palabras de reconocimiento, de reflexión y de búsqueda.
Y es que la historia de la República Dominicana, desde el 28 de octubre de 1538, se hace, se conoce y se transforma también desde aquí, desde esta primera universidad del nuevo mundo.
Por ello les doy las gracias a todos ustedes: por permitirme ser parte por unos minutos de la academia que formó a mis padres, cuyo emblema, este anillo de graduación de mi madre, Minerva Mirabal, que luego usó mi padre, Manolo Tavárez Justo, hasta su muerte, lo llevo cada día como recuerdo, compromiso y exigencia para asumir mis deberes cotidianos. Saber que esos dos jóvenes fundacionales para mí y para mi país, pasaron por estas aulas, estudiaron a la sombra de sus árboles, se enamoraron por estos trillos, me hace sentir un poco usurpadora, no lo puedo negar.
Lucien Febvre en sus “Combates por la Historia” afirmaba que “La historia responde a las preguntas que el hombre de hoy se plantea necesariamente". Sin duda ese es el mejor y tal vez el único camino para comprender y comprendernos desde la comunidad de quienes enseñan y de quienes aprenden. De quienes enseñan aprendiendo y aprenden enseñando, incorporando nuevos conocimientos a la sociedad, ampliando así su misión hacia esa esfera de la cultura que alguien definiera alguna vez como “todo lo que hay entre el polvo y las estrellas” y hacia el conocimiento, eso que queda cuando se nos ha olvidado todo lo que aprendimos.
El inolvidable Manifiesto Liminar de Córdoba de 1918 que inició los grandes procesos de reforma universitaria en América, plantea con hermosas palabras eso que afirmamos: “Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y por consiguiente infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden”
Y la universidad enseña, aprende, y más que nada crea, no sólo conocimiento científico. La universidad es el lugar que promueve y acoge la creación artística, donde el amor por lo bello se hace la obra humana más exquisita y única que nos incita no sólo a construir un mejor país, no sólo un país más bueno, también un país más bello.
Y puede hacerlo y debe hacerlo, porque la universidad medita, piensa, se cuestiona, cuestiona, encuentra y busca verdades siempre provisorias. La democracia, la más útil y hermosa de ellas.
¿No es eso acaso nuestra Universidad Autónoma de Santo Domingo?
Eso es lo que esperamos dominicanos y dominicanas de la universidad. No queremos sólo una fábrica de profesionales, esperamos mujeres y hombres sabios, libres, sobre todo libres y capaces de transformar su presente atrincherados en su día a día.
La tentación y el miedo que hacia la Universidad sienten quienes no creen en la democracia radican precisamente en esa razón. Esta casa de estudios a lo largo de su historia pasó por el dolor de perder a muchos de sus integrantes, asesinados muchos aquí mismo, donantes generosos de sus vidas a la patria. Y es que algo que sí sabe hacer bien la brutalidad es distinguir donde puede dar golpes que toquen las fibras íntimas del alma universitaria y su esencia. ¿O no fue eso lo que quiso hacer Trujillo al imponerse un Doctorado de esta Universidad Primada?
Los tiranos, como decía, tienen especial atracción por las universidades. No dejen nunca de recordar que el Triunvirato eliminó la autonomía universitaria en junio de 1964.
De los 198 expedicionarios que el 14 de Junio de 1959, cuando nuestro país vivía los tiempos más difíciles, vinieron a luchar por la libertad, 14 eran jóvenes profesionales ejemplares que estudiaron en sus aulas, que fueron ex alumnos de la UASD. Más aún, el jefe de los expedicionarios del 14 de junio, José Horacio Rodríguez no sólo cursó aquí sus estudios de Derecho, sino que hasta que salió al exilio también se destacó enseñando como parte de su cuerpo docente.
Enamorados de un puro ideal, esos dominicanos a quienes conocemos como la “raza inmortal”, movieron cielo y tierra, buscaron recursos empeñando sus propios ajuares, concitaron solidaridades para poder finalmente el 14 y el 19 de junio llegar, “llenos de patriotismo” por el aire y por el mar, a combatir para derrocar al tirano y para construir un futuro mejor para los dominicanos y dominicanas de entonces, para nosotros, los de ahora y para los que aún no han nacido.
Pocos meses después, desafiando abismos, inspirados en sus objetivos, sus metas y sus programas, otros 14 jóvenes también egresados o estudiantes de esta universidad, formaron parte del movimiento revolucionario posterior que recogió la bandera libertaria y democrática de aquellos. El vínculo con esta fecha de hoy en la que culminan ustedes tantos años de estudios, fue un antecedente tan directo del movimiento político para derrocar al tirano y empezar a transitar el camino de la democracia y la justicia en nuestro país, que sirvió hasta para darle el nombre: Agrupación Política 14 de Junio. O Unojotacuatro como le decíamos todos.
De ese futuro que ellos soñaron para nosotros de seguro no formaba parte la posibilidad de que muchos de los que salieran egresados medio siglo después de sus mismas aulas, ante la falta de oportunidades de trabajo y de vida en su propio país, debieran pensar en iniciar un recorrido, por mar o por aire nuevamente, pero expulsados esta vez a un indeseado exilio económico.
Volviendo a Lucien Febvre: cuáles son las preguntas que debemos hacernos necesariamente hoy. Cada generación de graduandos tiene sus retos, sus desafíos y ustedes no van a ser la excepción. Por eso, y parafraseando a un querido ex alumno de la Facultad de Derecho de esta Universidad Autónoma de Santo Domingo, les pregunto: ¿Cuáles son hoy las escarpadas montañas de Quisqueya? Qué significa ir hacia ellas, alcanzar sus cumbres ?
Esas son preguntas que nos toca hacernos y nos corresponde a todos, entre todos contestarlas.
Yo veo sus caras y lo que viene a mi mente es que lo primero que les corresponderá a ustedes será ser buenos profesionales, engrosar las filas de los cientos de hombres y mujeres de excelencia que esta Universidad Primada ha formado y que la República Dominicana necesita. Entre ustedes se encuentran los Francisco Moscoso Puello que atenderán e investigarán las enfermedades que nos aquejen mañana; los Teófilo Carbonell y los Plácido Piña que diseñarán y construirán las casas y calles en donde viviremos o los Ramón Antonio-Negro- Veras que defenderán la correcta aplicación de nuestras leyes.
Si queremos encontrar el camino hacia ese futuro que desarrolle nuestras potencialidades como país, debemos beber de las fuentes en las que nacen las utopías que nos han dado origen, redescubrirlas, conocer cuáles fueron los anhelos de nuestros héroes y heroínas. En otras palabras, el presente que inauguran ustedes a partir de hoy los conecta con un pasado que no podrá estar jamás ausente de lo que ustedes serán mañana.
En el pico más alto de nuestra Cordillera Central hoy tenemos una nueva Carta Magna, cuyos postulados requieren ser concretados. Para que tengan éxito, deberemos enterrar la vieja y nefasta idea de la Constitución como “un pedazo de papel”. Ya en 1962 Manolo Tavárez Justo señalaba que ese” extremado desdén a la autoridad constitucional” era” la principal amenaza a la estabilidad de un gobierno democrático y ordenado”.
Por ello, es urgente que demos el paso definitivo e impostergable hacia el nacimiento de una verdadera cultura constitucional, para lo cual es fundamental cumplir con el mandato del numeral 13, de su artículo 63: enseñar, en todas las instituciones públicas y privadas, desde el preescolar hasta la universidad, los alcances y contenidos de nuestra Carta Magna, hasta educar, hasta enraizar una cultura que afirme los valores constitucionales en el desempeño de las instituciones y en la vida diaria de ciudadanos y ciudadanas. No es posible el progreso sin la cultura de un único imperio: el del respeto a la Constitución y las leyes.
Vivimos en un país, en una sociedad, en la que no se exigen derechos, se piden favores. Y mientras no tengamos ciudadanos y ciudadanas convencidos de que tienen derechos, mientras no los hagamos valer, no hay libertad, ni Estado de derecho posible.
Dominicanos y dominicanas tenemos que confiar en las conquistas que alcanza nuestra democracia, fiscalizarlas, defenderlas y ayudarlas a evolucionar desde cualquier frente profesional en que nos encontremos. No hay excusas. Para conseguirlo debemos también trabajar duro en nuestro sentido de la valía personal, en nuestro amor propio y nuestras pericias, en nuestras suficiencias a nivel individual y colectivo, base de la confianza como sociedad, como país.
Un solo ser humano educado, formado académicamente, es oro y plata, en cualquier sociedad en que se desenvuelva. La nueva "sociedad del conocimiento", como se estableció precisamente en un encuentro de Rectores de Universidades Públicas, debe estar “al servicio del hombre. Para que además sea suficiente, hay que ponerle como contexto la educación para todos y durante toda la vida.” En otras palabras en esa “sociedad” el conocimiento deberá orientarse a generar riqueza pero también a repartir mejor los beneficios de esa riqueza generada para que pueda mejorar la calidad de la vida de todos y de todas. En esa ecuación ustedes, los jóvenes que estudian y se gradúan, que aplicarán como corresponde sus conocimientos, son un beneficio permanente para los Estados.
Ustedes.
Eso es lo que son ustedes: un valor que hace mejor la sociedad, que la embellece, que la vuelve más habitable, más rica en su conjunto.
Estos, a mi juicio, son desafíos que apremian. Son retos pendientes y nuevos a la vez. Retos que ustedes, por el mundo que también heredan, tendrán que enfrentar mientras continúan su formación académica; no quedándose aquí, con este honorable grado de licenciatura que se han ganado por la perseverancia exhibida en esta para siempre inolvidable Alma Mater de América.
Muchas, muchas gracias.
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