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25 Septiembre 2010, 6:43 PM
APORTE
Amín Abel, 40 años después
Frank Moya Pons, (Manual de Historia Dominicana) cita al Insigne Almirante hablando de la sociedad Taina: “Nunca habían ni acaecían guerras o diferencias entre los indios desta isla sino por una de destas tres causas: sobre los términos y jurisdicción; o sobre las pesquerías; o cuando de las otras islas venían indios caribes flecheros, a saltear.
Y cuando estos extrañas venían, o eran sentidos, por muy enemigos o diferentes que los príncipes o principales caciques desta isla estuviesen, luego se juntaban y eran conformes y se ayudaban contra los que de fuera venían.”
A la llegada de los españoles los tainos, gente mansa e ingenua, quedaron maravillados. La tez blanca, radiante como el sol, sus acicaladas barbas color de oro, sus trajes majestuosos y sus poderosos caballos y arcabuces, les hacían parecer dioses bajados de los cielos. Gente mansa e ingenua, le dieron su hospitalidad. Bien pronto, sufrieron el desengaño. Aquellos hombres, sedientos de poder y de gloria, de oro y riquezas, eran insensibles, crueles. Destruyeron creencias, robaron sus tierras, engañaron, traicionaron, abusaron de sus mujeres y esclavizaron y maltrataron a sus hombres cual si fueran animales salvajes.
Y un día, un 24 de septiembre, esos hombres pacíficos, puros como sus areytos, se rebelaron. Se juntaron sus Caciques haciéndole la guerra al extraño invasor que se apropiaba de su señorío y le arrebataba su libertad. Y cuenta la leyenda que cuando, derrotados, se hallaban, impotentes ante el ímpetu de la rebeldía, apareció, milagrosamente, una rara imagen, la Virgen de la Merced, en lo alto del Cerro de la Vega Real, desviando las flechas de los aborígenes en defensa del extraño. La Virgen de las Mercedes, declarada, en justicia, por los conquistadores como su Patrona, es venerada por el pueblo dominicano, más español, vencedor, que taino vencido.
Un 24 de septiembre, hace 40 años, fue vilmente asesinado Amín Abel Hasbun. Hijo de padres palestinos, él, Mahoma, trabajador incansable, hombre austero, tosco, iletrado pero inteligente, y ella, Liliana, mujer hermosa y de fino trato, nacida en Cuba, leal, sencilla y amorosa, a quien la muerte de Amín le quebró su sonrisa eterna. Ambos salidos de su patria a comienzo del Siglo XX, en búsqueda de un mejor destino, se aposentaron en la nuestra con su equipaje lleno de ilusiones. Con tesonero afán levantaron una hermosa familia de cinco retoños que se convertirían en sólidos troncos criollos. Amín fue el más querido, el más inquieto y el menos comprendido. Sus padres cifraban en el futuro arquitecto grandes esperanzas, título otorgado post morten, honoris causa, Summa Cum Laude.
Tiro mi mirada atrás y lo veo vestido de uniforme, pequeñito y frágil, cada mañana, en la Avenida Mella esperando la guagua de Vuelta y Vuelta, del Colegio Dominicano De La Salle, junto a sus hermanos, Halim, Faisal, Átalah y Musa. Lo veo en la Universidad, estudiante brillante atrapado en las redes políticas, abrazado a los ideales de aquel entonces, participando activamente en las luchas reivindicativas del estudiantado universitario contra el gobierno represivo, abriendo paso tras el llamado Movimiento Renovador, del Grito de Córdoba, la lucha por el medio millón: “la UASD, unida, jamás será vencida.” Militante enardecido del Grupo Estudiantil FRAGUA, hace honor a su lema: “Estudia y Lucha” y luego en el FEFLAS: “Todo el Poder para las Masas.” Fragua así su condición de luchador revolucionario con la avanzada izquierdista del 14 de Junio, de Manolo y del M P D de Máximo López Molina y del Moreno. Su posición radical y su fe revolucionaria, le llevan a participar activamente contra el Golpe de Estado y destacarse en la Guerra de Abril.
De mente atrevida y brillante logra concebir grandes ilusiones y acometer planes y acciones audaces como el fatídico secuestro del Coronel Crowley, Agregado Militar de la Embajada de los Estados Unidos, a cambio de los prisioneros políticos del MPD y de su Secretario General, Maximiliano Gómez. Su entrega total a la causa del campesino sin tierras y del proletario expoliado y explotado, y contra el imperialismo norteamericano, lo revelaron como un líder indiscutible, trabajador y carismático, abnegado y honesto capaz de todo sacrificio, hasta inmolar su joven vida.
Ese 24 de Septiembre, del 1970, pese a los negros nubarrones que el clima político que caracterizaba el luctuoso período de los doce años del Gobierno de Joaquín Balaguer, ensombrecido por la represión, la intolerancia, la persecución y el asesinato por encargo, selectivo, el día no había amanecido. Amín, clandestino, desterrado en su propia tierra, separado de su familia y de sus seres más queridos, tomó la riesgosa determinación de unirse a ella. Darle un descanso a su alma, fatigada de tantos abusos e incomprensiones. Su esposa Mirna, con su hijo de dos años, sería sorprendida con su presencia. Sería un día maravilloso, quizás tan solo un momento breve, pero intenso e inolvidable para todos, que nadie olvidaría.
Pero no como Amín, en su intimidad, imaginaba. Más que el destino, las fuerzas del mal, atrincheradas, le aguardarían con otra sorpresa, fatídica, inevitable. Su cuerpo cayó abatido por la bala asesina disparada a quemarropa, en la nuca, rodando por la estrecha escalera ante los ojos atónitos de su amante esposa, en estado de gestación, y de su pequeño. Día aciago, como otros tantos que vieron verter la sangre de Otto Morales, muerto a mansalva, de Rubirosa Fermín, de Orlando Martínez, o de Guido Gil, desaparecido al igual que Narcisazo. Ese 24 de septiembre, al conocerse la noticia del horrendo asesinato, la sociedad entera se vistió de luto. En el campus de la UASD, estudiantes, empleados y profesores, declarados en vigilia permanente, se unieron en un solo cuerpo, solidarios en el dolor, en la pena y en la rabia, sin distingos ni banderías. Bajo los acordes de la Marcha Fúnebre de Beethoven, gruesas lágrimas rodaban y quemaban las mejillas, velamos su cuerpo. Surgiría de ahí, el “Frente Estudiantil Revolucionario Amín Abel Hasbun.”
Días después, cargados de dolor, mi esposa y yo fuimos a visitar al Profesor Bosch en su humilde residencia de la César Nicolás Penson. Nos recibió con el cariño y la afabilidad acostumbrada. No podía dejar de comentarse la muerte de Amín. Don Juan, dejó caer entonces una frase que nos dejó consternados: “En política, los errores se pagan con sangre.” No se porqué la diría, si por convicción, conmiseración o por rabia. La frase encerraba una verdad absoluta en la mentalidad de los tiranos que alimentan con sangre su perpetuación en el poder. Pero no lució apropiada en el momento y en sentir humanista de un hombre de paz.
Ciertamente, Amín había cometido un error y pagó con su vida. El amor, la necesidad del tierno abrazo, del beso tierno, venció la prudencia. Esa noche, escribí estos versos, en tributo a Amín: “Yo solo sé que esta noche no existen las estrellas/ Esta noche, Amín, se escaparon todas/ y sólo quedas tu, lucero incandescente, / haz de luz incorruptible, brillando sobre la tierra...”
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