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domingo, 26 de septiembre de 2010

Amín, llevo tu nombre Por Amín Pérez

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Amín, llevo tu nombre



Amín Pérez
pentagramasocial@gmail.com
A Amín Abel Hasbún

De ti recibí mi segundo nombre, que es el que suelo utilizar desde pequeño. Las circunstancias hicieron que naciera a unas horas de un aniversario de tu muerte.
Habíamos pasado el segundo abril del siglo XX y seguíamos el mismo revés que no supiste digerir. Quizá por esto la ocurrencia de identificarme a un deseo de inmortalizar tu dignidad. La misma que un disparo en la nuca segara hace injustamente 40 años.
Me costó mucho conocerte fuera de mi casa y de los 24 de septiembre. De niño y adolescente me topé con sensaciones encontradas. Desfilabas ojos de esperanza anhelada del sólo hecho de presentarme con tu nombre.
¡Vaya momentos! Transformabas en instantes las miradas desencantadas, pisoteadas al absolutismo de nuestra condena: ‘‘buscarnos la vida’’.
Y allí venías por el ¿cómo sería si…?, a compartir soplos de la razón y condición de ser en esta tierra.
De mi paso por la escuela no hay mucho que decir.
No fue hasta el octavo curso que escuché hablar de ti. ¡Pero, qué va! Poco a poco me daría cuenta que fastidiabas el desarrollo sostenible de los ‘‘jóvenes del mañana’’ y no calificabas en nuestro programa escolar nacional.
En fin, a través de los diarios aprendí que eras un ‘‘cabeza caliente’’.
Sabes, de esos locos y sus locuras que importunan el extraviado trayecto de nuestras vidas. Pero descuida, luego supe que los que así te llamaban, eran los mismos garfios que ejecutaron tu sentencia y seguían en aquel entonces su agitado curso democrático.
No sé si todo esto estaba dentro de tus intenciones. Lo curioso es que decenas de madres han dado a luz a tu nombre, tan poco común en este archipiélago.
Como si llenar así las casillas del registro que hoy sólo nos hace ciudadanos de papel, fuera en sí perpetuar tu aspiración y apostura.
¡No es para menos! Y es que por los marasmos y frustraciones que hoy corren, comprendo por qué tanto temor hacia tus veinte y tantos años.
¡Eras todo un escuadrón! Si tuvieron que secuestrar tu cuerpo después de muerto, porque aún inerte amenazabas el oprobio que conociste en sus entrañas. Si tuvieron que ametrallar tu entierro, porque seguías burlando la brutalidad que tanto supiste asimilar, hasta medir sus insolencias.
Pero, ay Amín, ya el perro no muerde callado. El abuso de poder es tal, que no sólo los abastece en vilezas, sino que les seda toda su sensibilidad.
La administración dejó de ser el trampolín de nuestros tecnócratas, para ser el comienzo de la sinvergu¨encer.a y el fin de los posibles para la ciudadanía dominicana.
Han amarrado temprano su inmortalidad.
No les falta saña para hacerse garantes de las humillantes chivas que combatiste ayer, ni picardía para matar el tiempo de hoy. Raudos y veloces, han asaltado la conciencia para hacer del ‘‘presentismo’’ nuestra razón de ser. Asegurando así que la urgencia de la necesidad deslumbre toda aspiración de salida racional, personal y colectiva, de este infortunio.
Amín, así van los reyes patriotas del ayer, pesando sus vergu¨enzas por morisquetas. Aferrados a la cobardía de un proyecto de Nación, que subasta su patrimonio al mejor impostor y castiga su población a la lotería del por-venir.
¿Qué decirte? Pudiera maldecirte por involucrarme de esta manera con tus problemas.
Pero, ya me da igual. Si al fin y al cabo comprendí tu modus operandi. Que no vale la pena respirar lo insoportable sin poder indignarse. Que no tiene sentido la vida sin la esperanza de una condición humana justa y digna.
No te interrumpo más, ahora descansa. Ya sabremos qué hacer. La cuenta es pesada, la deuda asfixiante.
Sobran las razones…

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