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lunes, 7 de junio de 2010

El precio de la sangre. ¿Dónde están los restos de los héroes?

TESTIMONIO
5 Junio 2010, 7:17 PM
El precio de la sangre
¿Dónde están los restos de los héroes?
Escrito por: FERNANDO CASADO

Era apenas un niño, cuando pregunté por Don Arquímedes. La respuesta, soterrada, temerosa, fue: “se desapareció”. Nadie tuvo que explicarme, sabía lo que significaba.

Luego del regalo inesperado de una manada de alces libérrimos, cruzando femeninamente aquella carreterilla incomparable bordeada de bosques, hubimos de traspasar un portón antiguo intrascendente. Era un cementerio pequeño en las afueras de Madrid, de sendas breves, de arenisca envejecida y hierbillas al azar, aparentemente sin pretensiones. No recuerdo su nombre. Podría haber sido en el “El Pardo”, área exclusiva donde residía el dictador Francisco Franco. Había aceptado una invitación de Nene Trujillo. La “amistad” del “Coronel Trujillo” surgió inesperada, consecuencia interesada de una encrucijada fatalmente riesgosa, cuando formábamos parte del elenco de “Radio Caribe”. Sobre el destino del país y las almas, reinaba tenebroso desde allí, Johnny Abbes. Siempre tuve la impresión inequívoca de que mi inclusión intempestiva en aquel grupo de “amistades”, era una forma de vigilancia en primer plano. Sin embargo, aunque percibía la mirada oblicua y la garra filosa y descreída de aquel macabro SIM, la mano de Dios nos protegió, por encima de la catástrofe que significaba ser denunciado como “enemigo del régimen” ante el SIM. La sospecha marcaba para siempre. Era solo cuestión de tiempo.

Había sido invitado a participar en el Primer Festival OTI en Madrid en aquella ocasión, cuando vino la inesperada cita con la historia.

Nos detuvimos ante la puerta de un túmulo rectangular tosco y rugoso. No estaba empañetado. Su aspecto exterior no mostraba cuidados, delicadezas, ni terminación. No había en el frente, ni en ningún otro lugar, ninguna indicación que identificara quien o quienes estaban allí enterrados. Di un paso adelante para asumir el desnivel de una simple entrada sin rejas. Entré a un espacio embotado, aproximadamente de unos 3.5 por 5.

Encima de dos rectángulos de concretería horizontal, uno sobre otro, sin identificaciones, recostados sin adornos a la pared del fondo, yacía al descuido, como una ironía insultante de la vida, abandonada sin delicadezas, el rostro marchitado, maltratado por un temporal anciano indefinible, vetusta y desvencijada, una corona barata de hojarasca pordiosera. Fatigada por meses de indolente olvido, lucia desparramada y reseca, como escenario ajado, desnutrido, sin aplausos. Burla sarcástica, hiriente, incisiva, con que el drama existencial humilla y degrada al final a quienes se han creído por encima de lo humano. No me interesé en saber quién ocupaba el espacio superior o quién el inferior, presumo que la historia engavetó primero los sollozos de un Mayo Heroico en el espacio bajo y luego las tristezas de un Madrid lluvioso en su momento trágico, en el segundo nivel inesperado.

Allí, sepultados en los odios lejanos de una época, ocultos y asustados de las iras de la historia, yacían las culpas de sangre y agonía estremecida de un pueblo crucificado. Frente a mí, en un silencio espeso, los muros ensangrentados de la tortura, manchados por el dolor enfurecido y desafiante de los Mártires y el grito inalcanzable de los Héroes. Sin que pudiera creerlo, frente a mí, la tumba estéril de Rafael Leónidas Trujillo Molina y su hijo, Ramfis Trujillo. Un pensamiento de profunda dimensión filosófica y humana aleteó en mi espíritu: “¡Tanto poder… para nada!”.

La buena fortuna, suele ser injusta a veces. Volvió a hacer sus muecas a la tragedia dominicana. Aquella fortuna acumulada en el crimen, la pobreza, los abusos y despojos de la Era de Trujillo, permaneció entusiasmada en las cuentas afortunadas de Lita Milán. Lita, sin rubores, conocía las interioridades genéticamente tenebrosas de su esposo Ramfis. Así cuenta en sus “Revelaciones a Sánchez Cabral”, Cesar Saillant Valverde, quien fuera Secretario Particular de Ramfis Trujillo:

“El calvario del general Román sólo puede compararse al del capitán piloto Juan de Dios Ventura Simó, a quien Ramfis hacía sacar de las cámaras de tortura para que presenciase el fusilamiento de los mártires de junio de 1959 y lo obligaba a abrazar y besar los cuerpos sin vida de los ultimados. Lita Milán me refirió en París, en diciembre pasado, cómo ocurrió la muerte del general Román; no sé si será exactamente la verdad, pero corresponde a la versión que tenía de boca de uno de los oficiales que gozaban de la absoluta confianza de Luis José León.

El día fijado para la ejecución Ramfis salió de su casa acompañado por Luis José. Llevaba el revólver de Trujillo. Le confesó a Lita, después, que a juzgar por la mirada de alivio de Román, al verle aquella vez, comprendía que habían llegado sus últimos momentos. Su cuerpo exánime, ya casi sin vida, fue arrastrado hacia el lugar donde los verdugos esperaban para ultimarlo y manos culpables lo mantuvieron atado a algo para que se pudiera mantener en pie sin desplomarse.

Aquel blanco semiviviente, donde sólo palpitaba ya la fuerza del espíritu, fue recibiendo los disparos que por turnos le hacían Ramfis y Luis José, poco a poco, a las manos, a los brazos, al hombro, a los pies, a las piernas, a las rodillas, a los muslos. Así lo fueron acribillando, con la misma impasible crueldad con que lo habían torturado. Román asistió a su propio exterminio con aquellos ojos más abiertos que nunca, sin voz ya para un quejido; nadie supo, ni él mismo quizás, en qué instante abandonó el cuerpo masacrado su alma, cien veces pecadora, pero mil veces redimida en la lenta agonía del martirologio…Dios mismo, al juzgarle, le habrá visto con ojos de piedad”. (p.24).

En esta escena de horrores, donde trasciende el mismo sadismo al cometer el hecho que al comentarlo frívolamente en “familia”, se denuncia por sí misma la crueldad abismal y enfermiza del régimen y sus demonios, la desnaturalización intrínseca en que creció y justificó su permanencia. Era un estilo, un sistema adulto que había dejado un rastro de sangre oscuro de muchos años de orfandades y tumbas perdidas. Sin embargo, el estilo enfurecido que desborda su propia violencia denuncia su dolor sin nombre, mucho más abismal que el de tantos ideales crucificados. El dolor rabioso de los malvados es eterno. Hiere profundo y castra la noción perversa y enfermiza del orgullo sin Dios.

El Mayor Dante Minervino narra descarnadamente, ante el “Juzgado de Instrucción de La Primera Circunscripción del Distrito Judicial Nacional” los asesinatos sacrílegos en Hacienda María, de Pedro Livio Cedeño, Modesto Eugenio Díaz Quesada, Luis Manuel Cáceres Michel, Luis Salvador Estrella Sadhalá, Huáscar Antonio Tejeda Pimentel, Roberto Rafael Pastoriza Neret y tres “supuestos policías”, Félix Calderón, Fabriciano de la Cruz y Pedro María Romero Alcántara, sacrificados sin dolientes para disfrazar la carnicería: “Inmediatamente llegó la guagua, León Estévez, el hermano del marido de Angelita, se acercó a ella y ordenó que bajara Pedro Livio Cedeño. Bajó, lo agarró por un brazo y lo condujo muy de pronto donde lo aguardaban Ramfis, el otro León Estévez, marido de Angelita y Sánchez Rubirosa.

Ellos estaban esperando en una plataforma de cemento, un poco alta, y Cedeño fue llevado frente a ellos abajo. Inmediatamente se oyeron los disparos, que fueron muchos y con diferentes armas, ya que eso nosotros los militares los podemos distinguir por la detonación. Nosotros alcanzamos a ver que los tres le disparaban. No vimos caer a Cedeño, ni a ninguno de los héroes por la oscuridad, pero sí distinguíamos de espalda a los que le tiraban, que eran, primero Ramfis, después el marido de Angelita y luego Sánchez Rubirosa. Quiero significarle que donde ellos estaban colocados tirando, había luz. Estábamos de ellos a una distancia de 15 ó 20 metros. Después el mismo que fue a buscar a Livio Cedeño, siguió buscando a los demás, llevándolos uno por uno, y así también los iban matando en la misma forma. El asunto duró más o menos unos 25 minutos...”. Continuaré la próxima semana.

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